domingo, 13 de octubre de 2013


Geografías del miedo en la ciudad


Para explicar las relaciones entre imaginarios cartográficos y territorios de miedo en la ciudad se vuelve necesario primero explicar las relaciones que existen entre mapa y territorio. El mapa precede a menudo, al territorio. Se trata de algo difícil de acepta y que, sin embargo, ilustra muy convenientemente el imaginario cartográfico que se origina en Europa durante el descubrimiento de América, en la cómoda identificación de algunos territorios de este continente con las imágenes del paraíso terrenal plasmadas en la Biblia o en el intento de asimilar el territorio encontrado con el territorio buscado, en mapas como el siguiente donde se dibujan elefantes y otros elementos geográficos reales o imaginarios (Ver figura 1), procedentes de los exóticos relatos de antiguos viajeros sobre el lejano Oriente y ahora representados sobre la superficie del continente americano. Sucede algo similar en el caso de los imaginarios cartográficos urbanos y, en especial, en el de las relaciones entre miedo y territorio, donde gracias al análisis de las diversas narrativas (R, Reguillo,2008: 72) y de las diferencias entre el riesgo real y el riesgo percibido (A. Salcedo, 1996) se puede encontrar que los actores sociales proyectan diversos mapas sobre el territorio y que estos mapas se configuran y están orientado por las pertenencias sociales y culturales, antes que por la realidad.

Figura 1:



Correspondiente con esta situación, se suelen identificar cuatro características a partir de la cuales se configura el imaginario cartográfico urbano. La cartografía urbana es simbólica. La cartografía urbana es igual a muchas otras, sirve para ubicar lo conocido y acaso, por oposición, lo desconocido; legitimando y materializando relaciones de poder social y simbólico. Se asemeja, entonces, a las antiguas cosmogonías en el intento por explicar y representar relaciones entre comportamiento humano, ubicación geográfica y formas de vida. 
La cartografía es, igualmente, producto de una historia. La historia funciona como su principio de estabilidad y es importante en su legitimación. Supone en apariencia una relación natural y necesaria entre la cultura humana (manifestada en comportamientos y formas de vida) y el territorio; por lo cual su presencia como principio en la conformación del pensamiento cartográfico urbano suponen siempre la existencia de cierto determinismo explicativo (ambiental, social, etc.). También es posible que de entre otras características de la cartografía esta aparente por lo menos ser la más estable, gracias a que se mantiene regulada por canales como la tradición oral y memoria.
La cartografía, también, construida. Corresponde, por tanto, a manifestaciones de poder y sus transformaciones permiten conocer los conflictos sociales que existen en la ciudad. Los territorios urbanos ofrecen así diferentes significados para los habitantes y estos ocurre pues la realidad se transforman según los sujetos y cambios ocurridos en los imaginarios sociales con el tiempo; sus principales modificadores son la experiencia, el crecimiento urbano representados por procesos de ocupación, desocupación,reubicación o recuperación de espacios y, en definitiva, por la permanente movilidad social que acarrea cambios en las valoraciones o percepciones que los habitantes tienen de estos territorios.
Finalmente, gracias a esto, surge otra característica importante, la cartografía es subjetividad. Se alimenta de experiencias y creencias presentes en la biografía personal y en los contextos socioculturales de procedencia. Si existe consenso en el momento de establecer significados a los espacios, estos se manifiesta en procesos de negociación y si no existe, los desacuerdos y conflicto son menos evidentes, pues muchos se ocultan o sirven para alimentar mitos urbanos y manuales de supervivencia urbana (Reguillo, 2008).


Miedo y espacio público

El miedo se manifiesta en muchas formas. Por un lado, la diferencia entre lo público y lo privado se desdibuja cada vez más, el espacio público se parcela, se fragmenta y luego se  da una resignificación de los espacios públicos donde estos adquiren caracteristicas del espacio privado (semi-público), según afirma Federico Medina (2003). Como resultado se modifica el paisaje urbano, los desplazamientos por la ciudad, los hábitos y comportamientos cotidianos. Según el autor, es claro cómo se reducen a diario los escenarios de sociabilidad no condicionada o restringida,  remplazados por lugares como los Centros Comerciales. Estos últimos, escenarios donde operan procesos sutiles de segregación o de exclusión, dadas casi siempre por condiciones de ingreso donde se elige su público y se regulan las relaciones entorno al comercio. Permitiendo esto que en su interior, se experimente una falsa vivencia de homogeneidad. 
Los Centros comerciales son localidades fortificadas, son territorios protegidos del exterior, en los que sus formas arquitectónicas establecen límites y distancias con el exterior, crean controles y excluyen a algunos grupos sociales del uso del lugar. Obedecen a una demanda de seguridad y son el resultado de una cultura de la protección sobrevigilada que en el imaginario urbano polarizan el territorio -dando origen a manchones urbanos de pobreza y enclaves de riqueza-. Así, desde sus inicios los Centros Comerciales se ha publicitado como lugares seguros de compra (Odisea, 2008). 
Los Centro Comerciales se idealizan como lugares de apertura y libertad aparente, pero al interior la sociabilidad se encuentra condicionada; es ahí donde podemos observar que el centro comercial no es, ni de cerca, tan abierto y público como pensamos. Algunas de sus características principales son:
  • SUPERVIGILACIA 
  • SEGREGACIÓN SOCIAL 
  • SOCIABILIDAD CONDICIONADA
  • CONSTRUCCIÓN ESTRATÉGICA EN LUGARES AISLADOS Y SIMBOLISMO DE PODER 


Según Laia  OLIVER-FRAUCA en el artículo “La ciudad y el miedo” (2006) se pueden resumir otras de las consecuencias del miedo en el uso de los espacios urbanos y en su disposición, en las siguientes manifestaciones:

Los miedos en la sociabilidad conducen al aumento del nivel de inseguridad subjetiva de la gente y se genera, gracias a esto, una demanda creciente de vigilancia, control, orden y protección.
Se criminalizan ciertos colectivos como jóvenes procedentes de barrios marginales, convirtiéndoles en victimas de muchas políticas de selectiva que conducen a la exclusión social.
La ciudad se transforma en un mosaico de espacios fragmentados a los que no todo el mundo puede acceder libremente.
El espacio público pasa a convertirse teóricamente en lugares peligrosos y solo los espacios cerrados permiten a las personas que se consideran seguros.
Des-urbanización y despoblamiento de los escenarios tradicionales de sociabilidad debido al incremento de la sensación de inseguridad.
Por último, y al igual que Federico Medina (2003), critica los procesos de privatización que inician con la parcelación y transformación de los escenarios públicos o con la emergencia de nuevos escenarios de sociabilidad como los Centros Comerciales caracterizados por acarrear: “proceso de privatización de la ciudad y del espacio público bajo la forma de grandes centros comerciales y de ocio que tienden a acumular diferentes funciones urbanas…” (Oliver-Frauca, 2006)
La ciudad  como resultado, es cada vez menos un bien común, un espacio compartido, la expresión de los ideales modernos de apertura, igualdad y comunidad.  (Medina, 2003)


Miedos y medios

Los medios de comunicación son otro aspecto importante para el estudio de las relaciones entre miedo y ciudad. A menudo, la opinión pública sobrevalora el grado de peligrosidad existente y la valoración social no coincide con el nivel de delincuencia real. (Oliver-Frauca, 2006) Esto a su vez aumenta la percepción de riesgo. Situación que resulta comprensible si consideramos que la sociabilidad se construye en el encuentro con el otro y en las formas de relacionarse entre sí los miembros de una cultura, y exige la presencia, comunicación y comprensión mutua. 
Los informativos de los medios de comunicación, antes que formadores de la opinión pública, parecen hoy creadores de emociones públicas. (Bericat Alastuey, 2005) Rossana Reguillo (2006) invita así a reflexionar sobre el uso sociopolítico y simbólico que tienen las relaciones entre territorio urbano y miedo, circunstancia a partir de la cual la cartografía urbana adquiere una intencionalidad y existencia como escenario de conflictos; esto se muestra, según la autora, en la manera como los informes y reportes de los medios señalan u “ocultan” la participación de ciertos lugares de la ciudad como escenarios de sus noticias más violentas. Se vuelve, así, frecuente señalar la ubicación de los hechos siempre que estos suceden en las ciertas zonas de la ciudad (caracterizadas por su inseguridad y criminalidad) y su silenciamiento cuando los mismos hechos tienen lugar en otras zonas. (Reguillo, 2006) Asimismo, resulta común que se mencione la inseguridad en la caracterización socio-espacial  por medio de la cual se hace referencia al lugar donde viven los sectores más pobres de la ciudad y. su interpretación como una realidad con implicaciones político-administrativas, casí ocurre con el empleo de los conceptos de “periferias urbanas” y “Comunas”, en la ciudad de Medellín – esto al menos en su concepción original-. (Villa et all., 2003: 133- 134).
Sucede además, que esta caracterización se extiende en algunos casos a sus habitantes. Así lo indican los resultado de un estudio realizado por la Corporación Región de Medellín en 2003, donde se intentaba establecer las representaciones que sobre los habitantes de las llamadas “Comunas” de Medellín compartían los demás habitantes de la ciudad, encontrando que son vistos como “sujetos carentes no sólo de ingresos y bienes, sino de ciertas cualidades, lo que los coloca por debajo del estándar del resto de la población y, obviamente también, lejanos del estatus de ciudadanos”. (Villa et all., 2003)Pobres, feos y agresivos, La relación entre pobreza-agresividad-ignorancia-antiestética se manifiesta, siempre, en forma bastante clara en algunos de los testimonios ofrecidos por los habitantes de la ciudad. (Villa et all, 2003:132 -136)
La ferocidad participa en estos casos como marca de la lejanía.(Rueda, 2011)
Las formas de vida tampoco escapan de esta caricaturización. Se les considera, así, como criatura que vive en anarquía, sin restricciones morales y sin sensibilidad. Esta última se encuentra justificada en valoraciones estéticas e higiénicas sobre sus formas de vida (hacinamiento) espacios habitados (suelos inestables y de alta contaminación: basureros, alcantarillas, etc., arquitectura (viviendas inacabadas o en proceso de construcción permanente e inestables) y su rechazo a la “alta cultura”(manifiesta en expresiones culturales, musicales, deportivas propias y contrapuestas en valores, lenguajes y canales de difusión a los de las alta cultura) y, en definitiva, muy similar a la caracterización de los modos de vida salvaje” en los relatos de los primeros antropólogos. (Rueda, 2012)  
Conforman, gracias a esto, narrativas del miedo, historias y rumores, que son el origen de los mitos urbanos. Se trata, además, de miedos, reales e imaginarios, que se convierten en sustento y testimonio para los Manuales de supervivencia urbana o, según define el concepto Rosana Reguillo (2006), para todo el conjunto de códigos no escritos que prescriben y proscriben nuestras prácticas en la ciudad. 
Las leyendas urbanas cumplen por tal motivo, una función importante en la configuración del imaginario cartográfico de la ciudad, donde estos barrios se tipifican por la pobreza y ésta se encuentra, por lo general, asociada a la ilegalidad, la marginalidad y el  comercio ilegal. Estas historias conforman gracias a esto, una trama a partir de la cual se le asignan significados a los escenarios urbanos. Muchas de estas, incluso, permanecen por algo de tiempo en la mente de sus habitantes y se convierten en referentes de su espacialidad. 
Las historias de “los roba chicos” y “ladrones de órganos”, el mendigo y el loco no son sólo sirven entonces, para conocer las creencias y folklor popular, sirven como material de reconocimiento a las formas de discriminación y exclusiones presentes en los discursos sociales. El miedo, también, cautiva y este es el origen de la leyenda urbana.


Rostros de la (in)seguridad urbana

Fácilmente se pueden establecen, por tal motivo,  afinidades entre los imaginarios existentes acerca de los habitantes de sectores marginales de la ciudad y otros grupos marginales: no incorporados y réprobos (sin ser ninguna, menos excluyente o importante para explicar sus condiciones marginación), según afirma Miquel Izar citado por Serve Callejas. (Callejas, 2005).
Referente al uso sociopolítico basta con resaltar lo siguiente: Las caracterización impuesta a los habitantes de sectores “marginales” de la ciudad y la supuesta correspondencia entre espacios “inhabitables” e “inhabitados” -y un espacio “inhabitado se encuentra libre para su ocupación-, sirven para justificar la remodelación espacial de la ciudad y la reorganización social del espacio urbano desde intereses no plurales, y para explicar el poco interés por voces, rostros e identidades pertenecientes a los habitantes de los lugares “marginales” de la ciudad en los medios de comunicación; esto especialmente, evidente en el ejemplo de los habitantes de estos sectores y sus intereses,
La ESPACIALIZACIÓN, dota así de un lugar a la inseguridad, y confiere la esperanza de que emplazar (y en ese movimiento, operar un desplazamiento) a lo otro- anómalo, en un territorio tanto específico como imaginado, es una manera de atajar el miedo que produce una amenaza sin lugar. Mientras que en la ANTROPOFORMIZACIÓN, dotar de un cuerpo y una forma a esa fuente de peligro, representa una manera de negar (al demonizarla) la otredad y de afirmarla propia identidad. (Reguillo, 2003: 45) 
Según vimos anteriormente, esta valoración de los territorios de miedo es también, subjetiva y por tal motivo, la valoración de una calle como “peligrosa” varía según sea el grupo o sector social consultado. (Silva, 2006: 21; Salcedo, 1996) Olga del Pilar López (2005) por ejemplo, encuentra gracias a su investigación sobre la estética de la prensa sensacionalista en Colombia, que al parecer existe una permanente intento por identifican como sectores urbanos de criminalidad y violencia a los escenarios, actividades, cultura y población de los sectores populares de la ciudad. 
La cartografía es para concluir, una manera de entender y representar los espacios. Las formas como se imagina a los espacios urbanos no son ciertamente, inocentes y exigen, en varias oportunidades, legitimar sus formas de pensar y organizar el territorio.
Las leyendas urbanas e historias de miedo, (al igual que las distancias físicas) contribuyen en resumen, para delimitar los territorios y modos de interacción social en la ciudad. Reproducen, por tal motivo, relaciones particulares de dominación. (Medina, 2003)



Conclusiones:

Los centros históricos de las ciudades latinoamericanas se han caracterizado por ser símbolo de la vida urbana. Asociación justificada si se considera su participación como escenario de las múltiples voces, manifestaciones y expresiones culturales que componen la ciudad y como lugar donde el contacto social genera identidad mediante el encuentro entre las memorias heterogéneas. Situación que recientemente puede estar cambiando. En su nueva condición los centros históricos se convierten a menudo en objeto de lo que Walter Benjamín   identifican como “un embellecimiento estratégico” (Citado por Mario Margulis, 2002: 525). Aspecto que se acompaña por el empobrecimiento de su condición como escenario de encuentro entre lo diverso, a favor de la emergencia de un nuevo urbanismo propio de la ciudad fachada (Aragón, 2013: 117).   
Las condiciones favorables que generarían estas trasformaciones parecen evidentes entre quienes tienen poder para construir o destruir ciudades. Por ejemplo, se consideran necesarias para contrarrestar el caos y desorden urbano. 
Desde luego, vale la pena tomar en consideración la alternativa propuesta por el científico colombiano Emilio Yunis en su crítica a las orientaciones implementadas por la alcaldía de Bogotá entre 1999 y 2004: “Siempre será más fácil el ejercicio de la autoridad que le ejercicio de innovar, de plantear nuevas alternativas” (Yunis, 2005: 334). Es decir, debemos considerar la posibilidad de abrir la puerta a lo que él denomina la “Ciudad mestiza”, ciudades donde el comercio local, las ventas ambulantes y esa vitalidad que tienen el valor de trasmitir algunas prácticas tradicionales de nuestras ciudades, colmando de memoria a los espacios públicos para mostrar nuestra riqueza histórica y cultural. 
Cambiar el paradigma desde el cual se piensa la ciudad reconociendo su composición social heterogénea, dinámica y singularidad para evitar que separar, no integrar, se convierta en la única modalidad a partir de las cuales se enfrente las tensiones que generan las diversidades y desigualdad que convergen en nuestra ciudad. Dando paso a una ciudad abierta, de encuentros y contactos. 
Como él, el historiador Miguel Ángel Urrego encuentra peligroso el trueque que estas formas de pensar la ciudad establecen entre lo cívico y el derecho de corregir las conductas discordantes bajo el lema: “te quito la ciudad pues no tienes conductas cívicas” (Urrego, 2004: 241).



Bibliografía:

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CALLEJAS, Seve (2005) Desdichados monstruos. La imagen deformante y grotesca de "el otro". Ediciones de la Torre, Madrid.
LOPÉZ, Olga (2005) Amarilla y roja, Estética de la prensa sensacionalista. Ed, Universidad EAFID, Medellín, Colombia
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