miércoles, 17 de junio de 2015

Negros o “gente de color”.  Reflexiones en torno a la del lenguaje “políticamente correcto”


"Es bueno recordar que existen silencios que pueden ser más destructores que una verdad aceptable: las palabras “políticamente incorrectas”, el tabú que rodea ciertos temas (Gays cristianos, sacerdotes pederastas) o nombres de enfermedades cuya sola mención parece contagiar, como el cáncer o el sida, el acuerdo tácito de no hablar de “ciertas cosas” y las palabras prohibidas. Todo aquello que queda englobado en la expresión “de esto no se habla”."
Palabras del escritos y ensayista Fernando Aínsa  

La siguiente reflexión es respuesta una acusación dirigida al autor de decir “negro” a uno de sus estudiante; es decir, por hacer uso de un lenguaje “políticamente incorrecto” en el aula de clase. El comentario realizado por un estudiante del curso era el siguiente: “me pareció de mal gusto que llamara a un compañero negro”. Así las cosas, consideré necesario excusarme ante el grupo y en particular, con aquellos a quienes había ofendido (es decir, mis alumnos “de color” matriculados en el curso). Es más, esta decisión se favoreció gracias a una situación particular: leí el comentario antes de finalizadas las clases y no tras finalizado el semestre, lo cual es más usual. Ahora, es probable que ustedes cuestionen esta desatención hacia los comentarios realizados por mis estudiantes por lo irresponsable. Con todo, se justifica en una particularidad igualmente extravagante: estos comentarios son posteados por los estudiantes en las encuestas de evaluación docente, las cuales se realizan durante las últimas semanas de clase.
Continuando con la historia, procedí a excusarme públicamente con los estudiantes (esto, apresar de no recordar el momento en que había mencionado la palabra “negro”). Al respecto, era evidente que (al igual que yo) muchos de los estudiantes no recordaban el incidente y afirmaron que yo no había hecho el comentario referido en la evaluación docente. Sin embargo, uno sí parecía recordar lo sucedido y según su relato el hecho se desarrolla de la siguiente manera…
Fue luego de la semana de parciales y en el momento de socializar los resultados de los exámenes. Como es usual surgió la pregunta sobre cuál había sido la mejor nota y esta nota pertenecía a J (un estudiante de color).
Según el estudiante, para aclarar quién era J. y debido a que muchos de sus compañeros no sabían de quién se trataba por el nombre, yo había mencionado que era un “negro” que se sentaba casi siempre en las últimas filas del salón.
Comprendiendo la situación procedí a disculparte con J. por el comentario. Sin embargo, me sorprendió su respuesta:
-          Profe, usted no tiene que disculparse. Yo soy negro, mi mamá es negra y también mi papá. O ¿yo también debo disculparme por ser usted blanco?
Ahora, cuando mencione la situación y la respuesta del estudiante a un colega, él (como aporte) me recordó la historia apócrifa del negro que con desdén explica al blanco lo inapropiado de adjetivo “gente de color” al afirmar lo siguiente: Cuando usted está asustado dice que se pone blanco del susto, si está enfermo se pone verde o amarillo, si está enojado “se pone rojo de la ira”; y aun así persistes en afirmar que soy yo el hombre de “color”.

***
No voy  a discutir en este escrito la importancia que tiene el lenguaje que usamos en la forma en como pensamos el espacio, el tiempo y las relaciones con los demás (que, por supuesto, estoy dispuesto  a reconocer). Al respecto, sugiero leer el artículo “Lenguaje, pensamiento y género” de José Biedma López. Eso sí, pretendo reiterar la lección que aprendí de uno de mis maestros en la universidad (el antropólogo Edgar Bolívar), para el cual de poco sirve modificar nuestra forma de hablar y no las condiciones que originan la desigualdad entre los seres humanos. Por su puesto, su comentario era una crítica al uso de masculinos y femeninos al referir profesiones, públicos y colectivos sociales como una manera de combatir la “invisibilidad de lo femenino”. A mi parecer, el tema del racismo merece una crítica similar.
Por un  lado, respecto a la raza es necesario recordar que esta es una categoría performativa, a decir del antropólogo JarisMujica. Cuenta el antropólogo en la entrevista que años atrás, mientras hacía un trabajo de campo en la mitad de la sierra central del Perú (en Guancadelica) y llegando a un pequeño pueblo a los 4.000 metros sobre el nivel del mar, un grupo de niños campesino (o hijos de campesinos) de la escuela pública del lugar se acercaron y le preguntaron:
-              ¿Usted es gringo, señor?
El antropólogo explica que, si bien, nunca se consideró a sí mismo como un gringo, encontró interesante el comentario por causa de dos acontecimientos similares (uno ocurrido antes y otro después).  Cuando, viviendo en Europa, un amigo sueco y otro danés dijeron que por su aspecto él era “un típico ejemplar del indio latinoamericano”. En efecto, el antropólogo tampoco se había visto como tal.  La pregunta, entonces, es:
 El antropólogo de la historia, ¿Es gringo o indio latinoamericano? ¿O, acaso, ambos?
 Las categorías clasificatoria establecidas entre los grupos humanos (sin importar si esta se asigna a partir del color de la piel o por la cultura o clase social de origen) son siempre una construcción social y como tal, una realidad que se modifica según el contexto y los valores que se le asignan a las diferencias dentro de cada cultura. Origen, en muchos casos, de una errónea comprensión de la manera como se relacionan los grupos humanos y el encubrimiento de estas realidades empleando retoricas de víctimas y culpables o haciendo uso de discursos donde existen pobres y salvadores, según nos advierte Gustau Nerín en el libro “Blanco bueno busca a negro pobre”.
Por otro lado, La raza no es una categoría científica y únicamente nos permita clasificar a los seres humanos según criterios estrictamente antropométricos para la antropología física (esta convicción la compartimos todos los antropólogos). Con todo, comparto con el estudiante negro de esta historia la convicción de que la raza no debería ser relegada a la condición de tabú lingüístico, pues esto supone encubrir una realidad: el hecho de ser los seres humano los únicos responsables de asignar a las palabras la función de envilecer y denigrar a otros seres humanos. Es más, que el uso de un lenguaje políticamente correcto no libera de la responsabilidad de construir sociedades día con día menos políticamente correctas y más solidariamente correctas; es decir, realmente justas y no sólo formalmente preocupadas por el reconocimiento de nuestras desigualdades.


Fin.