miércoles, 3 de septiembre de 2014


Sexualidad homínida, familia y diversidad  


Dexter, personaje de una novela homónimo escrita por Jeff Lindsay sobre un asesino serial, afirma lo siguiente: No entiendo por qué los humanos gastan tanto tiempo en ocuparse de aspectos relacionados con el amor y el sexo, cuando hasta los animales saben que deben ocuparse de estos asuntos lo más rápido posible para así poder dedicarse a aquello que realmente importa: buscar carne fresca. Aparentemente  no todos los animales  se comportan como afirma este personaje. Los bonobos, también llamado chimpancé pigmeo, son unos primates que habitan en las densas selvas húmedas de África central. Aparte de los humanos, son los únicos primates que han sido observados en estado natural realizando actividades donde la sexualidad sirve para fortalecer lazos sociales y disminuir las tensiones generadas por la convivencia (Eisler, Riane, 2002). Por tal motivo, los científicos suelen estudiar su comportamiento pensando que ésto puede arrojar luces respecto a nuestra sexualidad. Este es el caso de la Sociobiólogía.


Imagen. Bonobo aprendiendo gracias al uso de una tableta. Con sólo cuatro meses de edad, Teco aprendió a relacionar el sonido de la palabra uva con la imagen de la fruta en una pantalla de ordenador.

El nativismo psicológico en el cual se enmarcan muchas de esta teorías, suele ir mucho más lejos. Para el nativismo psicológico los seres humanos heredan algunos comportamientos a las siguientes generaciones en un proceso donde el aprendizaje y la experiencia no resultan muy determinantes, pues estas conductas son 'nativas' o se encuentran en su mayoría fijadas en el cerebro desde el momento del nacimiento. La psicología evolutiva es ejemplo de estos intentos por explicar el comportamiento humano a partir de los genes, es decir, gobernados por los mismo mecanismo de la evolución biológica (principalmente, por la selección natural). Entre nosotros y las demás especies, se establecería así una única e importante diferencia: a lo largo de nuestra evolución, nosotros hemos llegado a complejizar estas conductas con resultados que encubren a menudo su funcionalidad a favor de la racionalidad práctica y la supervivencia de la especie.
Con todo, el intento por extender un velo de determinismo genético en nuestras conductas, más allá de algunas conductas básicas, como el lenguaje y el simbolismo, resulta por lo general cuestionable (al respecto sugiero revisar la obra de Carles Lauezca. Monstruos y dioses). Es más, el que la sexualidad sea parte de nuestra naturaleza no la convierte en un acto natural; es decir, no se conoce ninguna sociedad humana en la cual la sexualidad no se regule y se entregue sin restricciones a los impulsos "naturales" (Ember & Ember, 1997). Así, el único comportamiento que de momento resulta prudente generalizar es que el sexo y la reproducción se encuentran siempre controlados por sistemas de matrimonio y parentesco, aspecto presente en cada sociedad estudiada por los antropólogos (Grunlan y Mayers,  1997). Pretender pasar esto por alto es un problema más de la ideología que de la evidencia biológica. (Lauezca, 2002)


Vídeo: La supuesta “Naturaleza humana”. Segmento de la Conferencia del Movimiento Zeitgeist, ¿"Naturaleza Humana" o Comportamiento Humano?, aspectos biológicos y socio-ambientales.

Por ejemplo, por tradición y costumbre nos han enseñado que la familia se conforma por papá, mamá e hijos, donde el primero es el que vela por el sostenimiento económico de los integrantes de esa familia, ella es la encargada de criar a los niños, y aquellos crecen bajo la autoridad de sus progenitores (1). Para algunos incluso esto justifica considerar el modelo de familia nuclear como superior o normativo frente a las otras formas de familia que coexistían con ésta (justamente porque diferían de la familia nuclear). Llegando incluso a considerar el modelos de familia nuclear como resultado de una respuesta necesaria en nuestro proceso de evolución como especie y, como tal, las demás formas de familia se consideraban supervivencias de modelos "primitivos".
El evolucionismo unilineal en Antropología, defendía esta idea, para estos antropologos las culturas y junto a estas la organización familiar, se encontraban sometidas a cambios evolutivos que ocurren de una manera uniforme y progresiva, al igual que en los organismos biológicos. Como evidencia de esto, Edward B. Taylor (1832 – 1917) considera que los modelos de familia presentes en algunos grupos “primitivos” representaban supervivencias o vestigios de una fase anterior en nuestra evolución cultural a la “civilización” y por esto, menos adecuados para garantizar aspectos que en el modelo nuclear de familia victoriana se resolverían mejor, principalmente, la reducción de conflictos asociados a la reproducción y el cuidado de la prole. Lewis Henry Morgan (1818 – 1889), otro antropólogo defensor del evolucionismo,defiende en su libro Ancient Societty (1881) que la evolución cultural estaría marcada por cambios en la organización familiar, cinco etapas que se sucedieron de manera uniforme y progresiva para terminar en la actual organización familiar:
•          La “horda que vivía en promiscuidad” sin las restricciones sociales que sirven hoy para establecer lazos y sistema de obligaciones recíprocas o reconocimiento de las relaciones de parentesco (estructura familiar).
•          La etapa siguiente carece de prohibiciones que regulen el incesto, motivo por el cual el matrimonio entre hermanos estaba permitido.
•          La tercera etapa corregía esta condición y no permite que los hermanos se casen entre sí.
•          La cuarta etapa (que corresponde a la barbarie) donde la familia se conforma por parejas de hombre y mujer a los que une un vínculo poco firme. A lo cual le sucedió en oportunidades la poligamia
•          La quinta etapa ubicaba por encima de estas formas de organización a la familia actual y se conformada por una pareja monógama, en la que el hombre y la mujer conviven en una relación de igualdad, y es distintiva de la civilización.

El funcionalismo, posteriormente, explica el origen y conformación de la familia actual como respuesta a la necesidad de satisfacer ciertas necesidades del individuo y del grupo social. Dentro de las principales necesidades humanas que se deben satisfacer se incluyen la alimentación, la reproducción, el bienestar físico, la seguridad, el descanso, el movimiento y el crecimiento, muchas de las cuales generaría necesidades derivada: la familia es una de estas. Robert F. Bales (2003) en el libro Family Socialization and Interaction Process escrito en 1956, reconoce al menos cuatro necesidades u objetivos básicos que debe satisfacer la organización familia:
– La socialización. Los padres enseñan a sus hijos a ser miembros bien integrados en la sociedad
– Regulación de la actividad sexual. Con el fin de suministrar una forma ordenada de transmitir la propiedad y la posición social entre generaciones.
– Permitir la reproducción social
– y bridar a sus miembros seguridad material y emocional


La realidad suele ser un poco más compleja. Algo que hoy aceptan la mayoría de antropólogos. Esto es, el hecho de que las actitudes y comportamiento relacionados con el matrimonio, la familia y número de hijos, suelen, pertenecer a un momento histórico y a las condiciones de culturas particulares y, por tanto, son aspectos que cambian con el paso de las generaciones y de una cultura a otra.

La familia como institución

La familia suele tener un lugar de gran importancia entre otras instituciones sociales, según señalan disciplinas como la psicología, sociología y antropología. Sin embargo, seguramente, existe una enorme diversidad cultural de modelos que satisfacen al igual que el modelos de familia nuclear sus funciones principales (regulación de la sexualidad y reproducción, protección de la mujer durante el embarazo y de la prole, estructuración de los roles de género, etc.), diversidad de formas como su responsabilidad respecto a la socialización de los infantes se cumplen y de modelos en la participación que se le asigna en la familia a cada uno de sus diferentes miembros. La familia es, así, un aspecto del comportamiento humano con gran diversidad de manifestaciones.
La Banda fue una de las primeras organizaciones sociales humanas que podemos asociar  a la familia (una organización de composición variable, que se desplazaban juntos parte del año y que se dispersaban en las estaciones como respuestas a la escasez de alimentos).  Ahora bien, la familia en estas sociedades, se caracteriza por ser una organización social donde los vínculos sociales primaban sobre los biológicos; esto es, el parentesco biológico no tenía la importancia que se le asigna actualmente. La familia era una unidad económica y de supervivencia. Con todo, las economías industriales actuales y forrajeras de aquel tiempo (abastecidas a partir de  caza y recolección) comparten algo en común: en ninguno de los dos casos las personas se hallan permanentemente vinculadas a la tierra. (Bohannan, 1992)
Paralelo a esto, el carácter de la unión matrimonial es otro aspecto que manifiesta gran diversidad a lo largo de la historia. El luteranismo y la Reforma protestante en el siglo XVI, desplazaron el carácter religioso de los lazos familiares, y este fue sustituido en parte por el carácter civil. Esto representó para Occidente un cambio en ideas como el carácter indisoluble del vínculo matrimonio reforzando como origen del vínculo una cantidad variable y diversificada de sentimientos psicológicos como amor, afecto, respeto, etc. Esto tiene importancia, pues fuera de las sociedades industriales, el matrimonio suele ser más una relación entre grupos que entre individuos. Por lo cual, en la mayoría de las sociedades las personas no van solas al matrimonio, sino que lo hacen con el respaldo del grupo de filiación.
Ahora, no es correcto pensar que el amor no tuviera importancia antes de este momento, más bien, fue el carácter mismo del amor dentro del matrimonio el que sufrió un cambio. De la siguiente manera entiende el amor en el matrimonio el código de Zapata (1974) y otros más que replicaban sus ideas sobre le matrimonio:
•          El principio amor y la libertad se consideran el origen del vínculo matrimonial y de estos se derivaban otros elementos: la indisolubilidad de la unión contraída y la obligación de mutua fidelidad. 
•          La indisolubilidad se expresaba en dos ideas fundamentales: “Lo que se atare en la Tierra será atado en el cielo” (1992: 210) y “…los casados no se pueden volverse a casar porque están ligados con la mano de Dios” (1992: 211).
•          El amor romántico y el deseo son, en estas condiciones, considerados como tendencias irracionales, peligrosas o efímeras,  pues pueden conducir a la ruina y miseria social.

Resumiendo, la familia es una institución que encuentra su origen en el matrimonio, consta de esposo, esposa e hijos nacidos de su unión y sus miembros se mantienen unidos por lazos legales, económicos y religiosos. Aspecto característicos del modelo de familia victoriana.
Los estudios históricos, por su parte, evidencia pocos cambios en la familia burguesa, resultado de la migración a las ciudades y de la industrialización. El núcleo familiar continúa siendo la unidad básica de organización social. Caso contrario, la familia moderna ha variado sustancialmente con respecto a sus funciones y composición. Particularmente, funciones que antes desempeñaba la familia en occidente, tales como  la educación, la formación religiosa, las actividades de recreo y, en general, la socialización de los hijos, en la familia occidental moderna son realizadas, en gran parte, por instituciones especializadas. Cambios que en algunos casos están relacionados con la modificación actual del rol de la mujer.
Adicional a esto, en Occidente disminuyeron el número de familias extensas y el número de hijos por familia. Cambios, por lo general, asociados a una mayor movilidad residencial y a una menor responsabilidad económica de los hijos para con los padres mayores. ,Por lo demás, dado a que en los últimos años ha aumentado la aceptación y reconocimiento de nuevas formas de  familia como las familias del padre o madre casado en segundas nupcias y la familias sin hijos, las familias monoparentales, consecuencia de un divorcio o formadas por mujeres solteras con hijos. Situación que realza aún más el carácter civil y reconocimiento de la familia, ante todo, como una comunidad de amor y de solidaridad.
La familia sin embargo, es considerada aún hoy como el primer núcleo de solidaridad dentro de la sociedad y no sólo como una unidad jurídica, social y económica. Situación importante y que exige ampliar los temas de interés e investigación tradicional sobre la familia, para explorar las consecuencias de esto cambios en el choque generacional que se vive entre padres e hijos, algo que no es exclusivo de nuestras sociedades actuales, aunque se encuentra más significativamente acelerado y diversificado gracias a  la globalización y el aumento de la brecha generacional.   
La historia de la familia en occidente es, en conclusión, reflejo de la enorme diversidad de variaciones que ofrece este aspecto de nuestro comportamiento. Esto sugiere una realidad mucho más compleja de la que teorizan los estudios de sociobiologos y psicólogos evolucionistas, para quienes hablar de “matrimonio” o “familia” en términos generales era correcto. Al respecto, es importante recordar las palabras del antropologo estadounidense Clifford Geerzt (1997) para el cual, considerar “los hábitos alimentarios son un reflejo de necesidades metabólicas es incurrir en la parodia” y en otras palabras, todo intento por explicar estos aspectos del comportamiento humano partir de fórmulas deterministas es cuestionable por ser en extremo simplistas.

(1) Luz Marina Villa, trabajadora social especialista en familia de la UPB, en entrevista citada por el artículo de opinión “Familia, un concepto que va en evolución”; artículo publicado 12 de Diciembre de 2014 por el diario “El Universal” de Cartagena-Colombia.


Bibliografía.

Ember, Carol R. & Ember, Melvin. Sexo, género y cultura. En: Antropología cultural. Ed. Prentice Hall, 1997 Pp. 392 - 411
Lindsay, Jeff. Querido Dexter. Ediciones Urano S. A, 2006
Eisler, Riane. Sexo mitos y política del cuerpo. Editorial PAX, 2002
Grunlan, Stephen y Mayers, Marvin. Antropología cultural, Una perspectiva cristina. USA- Florida, Editorial vida. 1997
Lauezca, Carles. Dioses y monstruos. Editorial RUBES,  2002
Kottak, Conrad. Antropología cultural. Espejo para la humanidad. Mc Graw. Hill, 1997.
Bohamann, Paul. “Para raros, nosotros. Akal Ediciones, 1992.
Geertz, Clifford .El impacto del concepto de cultura en el concepto de hombre. En: La interpretación de las culturas. Ed. Gediza (págs. 43 – 59), 1997.


lunes, 11 de agosto de 2014

Antropología médica, etnopsiquiatria y etnopsicologia. Problemáticas y campos de estudio actuales en Colombia.


“Cada cultura tiene sus propios conceptos sobre qué es patológico o normal, sano o malsano, evitable o inevitable.
Cada cultura tiene su propia medicina primitiva, y eso mismo que para el occidental es la vacuna, para otros es un amuleto, un fetiche o un tatuaje.
Sólo por comprender estoy mirando tales costumbres, no como supersticiones condenables, sino como partes integrantes de un sistema de vida, podrán la medicina y la higiene introducir aquellas modernizaciones que sean necesarias”
Reichel Dolmatoff

“Las intervenciones exitosas en materia de salud no pueden imponerse de forma forzosa a las comunidades; por el contrario, tienen que encajar en las culturas locales y ser aceptadas por sus receptores.”. 
(Kottak, 1997: 207)

La antropología médica es un sub campo de la antropología social o cultural que estudia las representaciones culturales de la salud, enfermedad y prácticas de atención o asistencia relacionadas con ella. El aporte de la antropología en estos casos se puede caracterizar por las dos frases que inician este escritos y particularmente, al reconocer que la práctica médica es tan cultural como puedan serlo los hábitos musicales o los sistemas de parentesco (Nieto, 1983). Sin embargo, no se puede decir que estas orientaciones caractericen la investigación y producción teórica en nuestro contexto. Algunos argumentos se presentan a continuación.
Primero, la antropología médica en Colombia es un campo aún en construcción. Resultado, en el primer momento, del conocimiento sobre  prácticas y tradiciones médicas ancestrales aportado por los trabajo de los primeros etnógrafos y de una aproximación culturalista a estas realidades; esto al menos en una perspectiva histórica. Como consecuencia, no existe en sus inicios un intento real de sistematización de este conocimiento o construcción teórica al respecto. Actualmente, esta situación se ha modificado sólo en parte y se puede considerar a la antropología médica colombiana como una manifestación de la antropología aplicada. Circunstancia que supone diversas condiciones, algunas favorables y otras no.
Por un lado, su vinculación con la antropología aplicada limita su campo de acción a resolver problemas ocasionados por el desencuentro entre tradiciones, costumbres de comunidades con sistemas médicos no occidentales y la medicina facultativa. Algo no muy deseable, debido a que supone identificar la diversidad con el contexto de lo étnico y la cultura rural, perpetuando relaciones de desigualdad entre la medicina facultativa y otros saberes, (Herrera y Lobo-Guerrero; 1988) olvidando la persistencia de tradiciones populares en contextos urbanos contemporáneos donde creencias no “étnicos” o “rurales” conviven con los discursos facultativos sobre el manejo y atención de los problemas de salud pública y para el control de las enfermedades. (Nieto, 1983) Sucede así, con prácticas como la homeopatía, medicina alternativa y otros procedimientos usados en los contextos urbanos populares para tratar el “descuajos”, “sutera” y diversas enfermedades presentes en los momentos críticos de la existencia: como en la infancia y durante el parto.
La antropología médica exige, por tal motivo, ampliar el marco de investigación y fortalecer el cuerpo teórico existente, al menos en el contexto nacional. Condiciones necesarias para evaluar el reconocimiento a la diversidad y la valoración de estos saberes en el conjunto como patrimonio acumulado por la humanidad. La misma normatividad vigente en Colombia muestra la relevancia del tema. La salud es un derecho fundamental y, como tal, se encuentra amparado por la constitución colombiana[1]. Las experiencias cotidianas enfrentan, sin embargo, a muchos profesionales de la salud con situaciones donde el derecho a la salud entra en conflicto con otros derechos fundamentales: como el derecho a la protección y reconocimiento de dignidad e igualdad de todas las culturas[2] y la libertad de culto[3]. Son ejemplo de esto algunas muertes ocasionadas por la ablación femenina en comunidades Embera y otras ocasionadas por la negativa a aceptar transfusiones de sangre y sus derivados entre los miembros de algunas comunidades religiosas, como los testigos de Jehová e indígenas, como los Wayuu de Guajira. Como resultado, la conciencia de la diferencias no es suficiente y se debe complementar con las condiciones de dialogo entre saberes. Concretamente, una oportuna garantía de los derechos exige entender la salud como un sistema integrado a todo el conjunto de comportamientos y creencias profundamente arraigadas en la cultura, y diálogo y convivencia entre saberes.
La antropología médica no puede así ser entendida exclusivamente como una manifestación de la antropología aplicada y como tal, limitar su importancia a la necesidad de mejorar la comunicación entre médicos y pacientes cuando estos no comparten la misma cultura, con lo cual se suele olvidar su importancia en otros contexto (como la ineficacia de las campañas de salud pública y el abuso o mal uso de tratamiento médicos occidentales por parte de los pacientes); muchos de los cuales exigen un cambio en la asistencia médica y reconocimiento a la diversidad. Por lo demás, en un país como Colombia, donde existen grandes dificultades para acceder a atención médica de calidad, la antropología médica comparte un compromiso ético y una responsabilidad social inevitable. Al respecto, vale la pena mencionar los siguientes hechos, por definir áreas de interés a futuro:
a.      Primero, los grupos étnicos y culturas afrocolombianas reconocen diferentes dolencias, síntomas y sus causas en enfermedades reconocidas por la medicina facultativa, incluso, han desarrollado sistemas distintivos de salud y estrategias para su tratamiento, cuya efectividad y beneficios son aun objeto de estudio. Por lo demás, la incidencia de enfermedades concretas varía (en su mortalidad y formas de difusión) entre sociedades y culturas por causas diferentes causas.
b.      Segundo, la peligrosa asociación que existe entre salud, moral y estética y que algunos autores reconocen en el campo de la medicina facultativa (Michel de Foucault, 2001 y Humberto Eco, 2007), puede representar también un obstáculo para el tratamiento y prevención de ciertas enfermedades mentales y físicas.
La lepra es un caso bastante estudiado, pero ocurre igual con otras enfermedades que causan la marginación social del paciente en la actualidad; así ocurre con el SIDA y algunas enfermedades de trasmisión sexual o con la depresión y drogadicción. 
Por otro lado, la antropología médica permite mejorar las capacidades para proponer un tratamiento adecuado en el contexto cultural particular. Al respecto, Jesús Cruz (2011) ofrece como ejemplo el caso de un médico europeo que prestó sus servicios en una clínica rural de Bengala Occidental (India): “El hindú  cree que los alimentos se dividen naturalmente en fríos y calientes, no pudiendo unirse, por ejemplo, un alimento caliente a un cuerpo que padece una enfermedad de orden caliente. El médico tuvo que prescribir, para una infección del aparato respiratorio, la ingestión de ácido ascórbico en forma de zumo de naranja, unido a un plato de arroz cocido, fácilmente digerible. Pero esta dieta no fue aceptada por los pacientes, porque consideraban fríos tanto a esos alimentos como a la enfermedad. El médico tuvo el acierto de aconsejar que al zumo de naranja (considerado frío en aquella cultura) se le añadiese miel (considerada caliente) y el arroz fuera cocinado en leche (alimento caliente). La nueva dieta, básicamente idéntica, fue aceptada.”
Como resultado, la antropología médica es indispensable para elaborar un diagnóstico que reconozca las implicaciones de la diversidad cultural. Aspecto de particular interés para la psicología y la psiquiatría, especialmente, por causa del fracaso en los intentos por universalizar algunos supuestos sobre el desarrollo sicológico elaborados para occidente y la variabilidad transcultural de las características psicológicas; como ejemplo de esto, algunos autores refieren nuestra incapacidad para establecer lo “normal” o “anormal”  fuera de contextos históricos y culturalmente definidos. (Ember, Carol & Melvín, 2004) Al respecto, Fabio Dei (2007) afirma lo siguiente;
“Es suficiente (con) pensar en el grado de variabilidad de los sentimientos que constituyen la “disforia”, el principal indicador de la depresión (tristeza y melancolía, sentimiento de infelicidad y de vacío, ausencia de motivaciones y de placer por las actividades sociales, etcétera). Existen culturas que, por ejemplo, valorizan en términos religiosos o morales estos sentimientos, considerándolos signo de sabiduría y profundidad: es el caso de algunas sociedades budistas, para las cuales “una disforia consciente es el primer paso hacia la salvación”, mientras, al contrario, sentir placer por las actividades mundanas es visto como raíz del sufrimiento. Existen sociedades que valoran  positivamente la expresión plena y dramática de  sentimientos de tristeza y dolor; otras por el contrario, invitan a encerrar estos sentimientos y presentar en público un self calmado y sin encrespaduras” Pág., 509 -510.

Según lo expuesto, la antropología médica ofrece a los profesionales en salud la posibilidad de mejorar su eficacia, facilitando la comprensión del medio social e idiosincrasia de las personas beneficiarias de su acción profesional. (Muños, 1990)
La garantía de equidad en el acceso a la salud y alternativas de tratamiento, imponen además el respeto por la diversidad y el compromiso por la investigación y la valoración a saberes, prácticas y experiencias médicas étnicas y tradicionales como elementos sustanciales en el patrimonio cultural de la humanidad. Muchas veces la medicina “científica” desacredita la medicina “local” desconociendo el saber especializado de esta, más idóneo con referencias al contexto en el cual se sitúa y los niveles inalcanzables de complejidad que puede lograr esta ciencia de lo sensible (Levi- Strauss, 1988); los ejemplo son muchos:
“Las distinciones y matizaciones a que llega el curandero, chamán, culebrero, en definitiva, el «doctor» primitivo, dentro de su cultura son inalcanzables por la medicina moderna. Clásico es el ejemplo de la larga distinción de los tipos de nieve que hacen los esquimales, menos clásico es el ejemplo de los bororos brasileños que distinguen diecisiete clases de color verde. Menos conocido aún es el caso de los pinatubos: conocen quince clases de murciélagos, veinte de hormigas, cincuenta clases de flechas, el sexo de los árboles por el color y el sexo de los peces por su comportamiento.”. (Nieto, 1983: 142)
Los siguientes son algunos de los objetivos que debe perseguir un programa de antropología médica  en la actualidad:
Identificar el papel de la Antropología en el campo de la salud y crear mecanismos para su incorporación en términos de investigación, diseño e implementación de programas de salud pública y atención médica.
Conocer escenarios y  perspectivas de estudios tradicionales de la antropología médica en Colombia, para permitir un mejor entendimiento de sus aplicaciones y posibles aportes a las ciencias de la salud
Fomentar el reconocimiento de circunstancias sociales y culturales presentes en los imaginarios y prácticas tradicionales de salud en Colombia y su importancia como mediadores en el acceso a los servicios de salud.
Facilitar el trabajo de los profesionales de la salud en contextos sociales y culturales diversos, con contenidos teóricos y metodológicos seleccionados para proponer caminos en el estudio de las creencias, prácticas culturales y sistemas de creencias que sustentan los conceptos de salud y enfermedad en Colombia
Compartir experiencias investigativas específicas en el campo de la salud, resaltando sus componentes metodológicos y diseño instrumental; así como los marcos teóricos y aspectos éticos presentes en la construcción de sus objetos de estudio

Bibliografía:

Asamblea Nacional Constituyente. (1991) Constitución  política de Colombia. 1991 Disponible en: http://wsp.presidencia.gov.co/Normativa/Documents/ConstitucionPoliticaColombia_20100810.pdf
Aguirre, Ángel (1994) Estudios de etnopsicología y etnopsiquiatría. Ed. Marcombo.
Barajas, Cristian. (2000) Hibridación constante: Manejo de la enfermedad en una comunidad rural colombiana. En: Culturas científicas y saberes locales. Asimilación, hibridación y resistencia. Ed. Universidad Nacional de Colombia. Bogotá, Colombia
Cruz, Jesús (26 de marzo de 2011) Comemos ideas… y algunas cosas más. En: Regusto.es, blog publicado por Juan Cruz Cruz, profesor honorario de la Universidad de Navarra y miembro de la Academia Navarra de Gastronomía. Disponible en: http://regusto.es/2011/03/26/comemos-ideas-y-alguna-cosa-mas/
Dei, Fabio. (2007) La comparación entre las culturas. En: Introducción a la antropología social y cultural, teoría, método y práctica. Carmelo Lisón (ed.) Ed. Akal. Madrid, España Pp.479- 547
Eco, Humberto. (2007) Historia de la fealdad. Editorial Lumen: Barcelona, España
Ember, Carol & Melvín. 2004. Psicología y cultura. En: Antropología cultural. Ed Pearson. Pp. 507 -523
Kottak, Conrad Phillipe. (2002) Antropología cultura. Espejo de la humanidad. Ed. Mc Graw Hill, Madrid, España
Levi-Strauss, Claude (1988) Pensamiento salvaje.  Ed. Fondo de Cultura Económica, México
Muñoz, Jairo. (1990) Aplicación de la antropología y actividad profesional.  En. Antropología cultura colombiana.  Corcas Editores; Bogotá, Colombia. Pág. 24 – 26
Nieto, José Antonio (1983). Algunos aspectos culturales de las enfermedades y de la medicina. Reis, No. 22 (Apr. - Jun., 1983), pp. 137-145



[1] Constitución política de Colombia. Articulo 49
[2] Constitución política de Colombia. Articulo 7 y 70
[3] Constitución política de Colombia. articulo 19

miércoles, 12 de marzo de 2014


Colombianos, entre la imagen y la identidad.

Es difícil hablar de la identidad en tiempos como los nuestro. Por un lado, como ocurre con gran parte de los conceptos disciplinares de las ciencias sociales, sus significados originales se desdibujan al punto de hacer muy difícil establecer a que se refieren (esto, al menos, una vez superan las fronteras académicas). Por otro, acontecimientos acelerados durante los últimos años, como la globalización y las migraciones, evidencian la imposibilidad de continuar definiendo nuestra idea esencialista de la identidad. Según Alejandro Grimson (2001), vivimos un proceso en el cual la metáfora insular que da sustento a conceptos como el de identidad, nación y cultura carecen de los referentes que antiguamente delimitaban sus fronteras en marcos del espacio (o una geografía) y temporales (referido a una historia en común).
El caso de los colombianos es en esto bastante particular. Conformamos un país consiente y hasta cierto punto, resultado de su diversidad. A tal punto que esta diversidad se reconoce en casi todos los ámbitos: étnico, geográficos, políticos, gastronómicos, etc. Por lo demás, esta diversidad no sólo no amenaza la identidad sino que en ocasiones refuerza nuestro sentido de orgullo nacional. Fuera de esto, existe un uso más cotidiano de la identidad y es aquel donde ésta se convierte en sustento o criterio para juzgar nuestro sentido de pertenecía, actitud que se trasluce en todos los contextos en los cuales se desenvuelve el ser humano y su identidad colectiva: nacional, religiosa, empresarial, etc. 
Por supuesto, esta asociación entre identidad y sentido de pertenecía es bastante cuestionable (al menos como se le interpreta hoy) y peligrosa, por causa de su carácter reactivo. Ocasionando que nuestro orgullo nacional se exprese con más fuerza en la adversidad. Resultado de esto somos, en palabras de Omar Rincón, uno de los países que más se preocupa por su imagen (Rincón, 2001:21). Saltamos a menudo y sin sobresalta del patriotismo al nacionalismo extremo; en esto somos un claro ejemplo de las conductas que dieron origen a los grandes conflictos nacionalistas de los siglos pasados, debido a los usos inadecuados de conceptos de las ciencias sociales, como cultura e identidad. Así las cosas al parecer, nosotros también: Cuando oímos hablar de nuestra cultura/identidad nos apresuramos a desenfundar la pistola, según decía sarcásticamente Hermann Goering.
Esto explica la reacción mediática que recibieron en el pasado próximo frases como las pronunciadas por el cantante argentino Charly García en 2005[1] y la reciente decisión de la corte internacional de la Haya en 2012 sobre el litigio territorial entre Colombia y Nicaragua. Con todo, este nacionalismo no sólo es cuestionable por los motivos mencionados. Posiblemente, más preocupante es el hecho de que no se manifiesta en aspectos positivos, convirtiendo sus contenidos en simplemente retóricos, componente peligroso de los fundamentalismo y chovinismo. Vemos así, múltiples líneas que retratan una nación que se percibe desde fuera, en las breves apariciones mediáticas y triunfos internacionales, en nuestro rechazo a los resultados en el futbol, la política, los reinados de belleza y polémicas decisiones frente a la sobreararía territorial de la nación; pero que aún se desconoce desde adentro.
En resumen, carecemos de un nacionalismo sano que se manifiesta en el respeto por lo público, en la convivencia ciudadana y en la construcción de nuestra identidad más allá de la simple retórica. Por lo cual, es poco sorprendente nuestra preocupación por la identidad y sentido de pertenencia se caractericen por tener una expresión irreflexiva, fútil y furtiva o incluso, violenta. Carente de referentes que nos permitan construir a partir de ésta una nación o cualquier otra agrupación para la convivencia democrática. Por lo cual no es extraño que nuestro sentido de lo cívico y en general, nuestra disposición para la convivencia democrática, se manifiesten de forma bastante inmadura; por contraste, a nuestra exacerbada disposición  para reaccionar ante cualquier situación, comportamiento  o frase que consideramos amenaza de manera real o imaginaria nuestra identidad o imagen personal, institucional o nacional.
Somos pura imagen (según la fórmula de Omar Rincón)... Fundamento a partir del cual, se entiende como sentido de pertenencia una defensa acrítica de lo nuestro y cualquier disenso es una traición. Esta cultura de la imagen se extiende además, por los más diversos contextos, desde las culturas corporativas que intentan silenciar cualquier comentario mediático que afecta su imagen a las culturas populares que rezan “la ropita sucia se lava en casa”.

Bibliografía:

Grimson, Alejandro (2001). Los límites de la cultura. Buenos aires; Argentina: Ed. Siglo XXI editores. 
Rincón, Omar. (2001) “Colombia Marca no registrada”. En: Relatos y memorias leves de nación.  Ministerio de Cultura Nacional. Bogotá, Colombia. Pp. 11-  39




[1] Charly García declaró en Bogotá que no quiso ofender a Colombia al calificarla como "Cocalombia", en alusión a la producción de cocaína de esta nación sudamericana, y que solo se trató de un "juego de palabras".

miércoles, 15 de enero de 2014

El agua y el olor en Bucaramanga del siglo XVIII y XIX

El agua y el olor comparten una naturaleza fluida y, a causa de esto, se vuelven sustancias especiales para el simbolismo, a veces purificadoras y otras “contaminantes” o “peligrosas”. El agua es, incluso, tan particular que puede manifestar en los cuerpos sólidos su acción destructiva, no solo por disolver diversos compuestos, sólidos o líquidos, además debido a que penetra en todo lugar con facilidad no comparable a otras sustancias; para lograr esto lo único que requiere es tiempo. Las características del agua y del olor parecen, también, poner a ambas sustancias en permanente conflicto con las condiciones de un mundo urbano Moderno, formulado a partir de principios como el orden, estabilidad, orden y segregación; un mundo donde cada elemento tiene un lugar y este sirve como fundamento en la asignación de identidades sociales. Así lo muestran las primeras líneas del libro “El perfume”:
"En la época que nos ocupa reinaba en las ciudades un hedor apenas concebible para el hombre moderno. Las calles apestaban a estiércol, los patios interiores apestaban a orina, los huecos de las  escaleras apestaban a madera podrida y excrementos de rata; las cocinas, a col podrida y grasa de carnero;  los aposentos sin ventilación apestaban a polvo enmohecido; los dormitorios, a sábanas grasientas, a  edredones húmedos y al penetrante olor dulzón de los orinales. Las chimeneas apestaban a azufre; las  curtidurías, a lejías cáusticas; los mataderos, a sangre coagulada. Hombres y mujeres apestaban a sudor y  a ropa sucia; en sus bocas apestaban los dientes infectados, los alientos olían a cebolla y los cuerpos,  cuando ya no eran jóvenes, a queso rancio, a leche agria y a tumores malignos. Apestaban los ríos,  apestaban las plazas, apestaban las iglesias y el hedor se respiraba por igual bajo los puentes y en los  palacios. El campesino apestaba como el clérigo; el oficial de artesano, como la esposa del maestro;  apestaba la nobleza entera y, sí, incluso el rey apestaba como un animal carnicero y la reina como una cabra vieja, tanto en verano como en invierno, porque en el siglo XVIII aún no se había atajado la actividad corrosiva de las bacterias y por consiguiente no había ninguna acción humana, ni creadora ni destructora, ninguna manifestación de la vida incipiente o en decadencia que no fuera acompañada de algún hedor.“ (Süskind, 1985)

Son diversos aspectos los que convierten al agua  y el olor en marcas territoriales importantes para comprender la cartografía social de algunas ciudades latinoamericanas y su espacialidad. Respecto al olor sugiero consultar la obra de Armando Silva (2006). Respecto al agua es suficiente con recordar como sus fuentes y alrededores fueron escenario propicio para establecer valoraciones sociales que recrean, en cierta medida, la realidad social vivida en las ciudades del siglo XVIII y XIX.
La ciudad de Bucaramanga en los  siglos XVIII y XIX es ejemplo de esta participación de las principales fuentes de agua y sus alrededores como referente cartográfico de interés.
Las ciudades latinoamericanas enfrentaron a principios del siglo XX un proceso de expansión territorial sin precedentes, y dicho crecimiento acarreó delicados desafíos, destacan los problemas relacionados con el acceso a fuentes potables de agua y la falta de infraestructuras higiénico-sanitarias en muchas ciudades colombianas.
La pobreza hídrica de la meseta en el caso de Bucaramanga, sentida ya desde las fundaciones, hizo que durante los siglos XVIII y XIX, se buscaran las fuentes principales de abastecimiento en los desfiladeros de la llanura, en corrientes provenientes de las filtraciones de la meseta de Bucaramanga. Cuatro sitios se hicieron famosos y aparecen registrados en las crónicas: las chorreras de Don Juan, Los Aposentos, Los Escalones y Las Piñitas. Todo ellos, según afirma el historiador Libardo Leon: “escenarios sociológicamente importantes por las comunicaciones que se establecían entre aguadores y lavanderas sobre los sucesos de la vida diaria, propia y de sus patrones; centros en los cuales se dirimían conflictos personales con golpes, muchas veces hasta el punto de tener que disponerse la presencia permanente de un policía, encargado también de hacer cumplir el orden para tomar el agua”.  (León, 1984: 121 – 122)
Por motivos similares, muchos de estos lugares mantuvieron durante largo tiempo importancia y se convirtieron en puntos de confluencia social o escenarios de sociabilidad durante el proceso de conformación en otras ciudades de Colombia, un ejemplo es el caso el “Chorro  de Quevedo” en el antiguo territorio de la Candelaria (Bogotá).  Conjuntamente, en el caso de Bucaramanga quebradas como La Picha, Chapinero, Dos aguas, Las Navas, Argelia, Nariño, Cuyamita, Seca, Joya, Rosita, La Filadelfia, El Loro, Guacamaya y La Iglesia comparten la misma importancia y fueron convirtiéndose en “hitos identificatorios” a partir de los cuales se configura y nombra, posteriormente, los barrios de la ciudad, y no simples fuentes de agua para uso doméstico e industrial. (Rueda N. y Alvares J., 2001).
Bucaramanga, con todo, fue favorecida con la presencia de lugares en los alrededores desde donde se provee agua a la ciudad y una menor concentración de la población urbana; la canalización posterior de algunas de estas fuentes, de manera que sus aguas sirvieron (por lo menos, en parte) para sanear y asear las calles de los desechos de las actividades humanas y la creciente población, representa un aspecto a favor en la calidad de vida de sus habitantes. Simón Harker (1993) comenta, por ejemplo, para 1874 el uso que tienen estas fuentes de agua y su importancia para el aseo de una ciudad, por la abundancia de arroyuelos que: “después y desviados su curso en ciertas esquinas, habían de prestar parte de sus aguas para el aseo de la cárcel (construida desde 1790) y la carnicería y para el servicio del Hospital”; sin embargo se trata, según el mismo autor, de “arrolluelos no siempre límpidos” (Sic).[1] Conforma estas circunstancias una ventaja para la ciudad. Producto, por lo general, de obras emprendidas por particulares que como Salvador Benités y Antonio Navas (en 1790) que inician la construcción de dos fuentes de agua que bajarían por la calle real (actual 36) y de la iglesia (calle 37) y que, más tarde, se convirtieron en caños que se mantiene hasta 1886; año en que son suprimidas y trasladadas a las calles 34 y 35 respectivamente, con el propósito de acondicionar las otras calles para el tránsito de carruajes (según se afirma en el libro Crónicas de Bucaramanga).[2]
Con todo, esto no evita a la ciudad muchos de los problemas sanitarios que, posteriormente, se agudizarían con el crecimiento sustancial de su población y el correspondiente aumento de los desperdicios generados por diversas actividades. En 1940 ante la falta de alcantarillado y organización en el servicio de aseo, la proliferación de verdaderas “nubes de moscas” y de un ambiente adecuado para que pulularan mosquitos y zancudos despierta la atención de la prensa local, caracterizando esto como un claro peligro para la salud de los bumangueses de entonces.[3]
Así las cosas, se volvieron comunes las actividades orientadas a “disciplinar” la población  y los residuos que esta produce, secreciones y olores, también motivo de preocupación para los higienistas colombianos.

Con el tiempo, los progresos en el aseo y la higiene corporal se ocuparían de “domesticar” los olores y, como resultado, se popularizarían los olores sutiles y delicados: el simbólico “olor a limpio” (Londoño, 2008)
Las políticas urbanas y disposiciones de los higienistas, entre 1910 – 1940,  suponen al igual un respuesta a estos problemas y un intento por "civilizar" a la población. Como en el caso anterior, su preocupación por el ornato urbano no se limitaba únicamente a la transformación material de los espacios urbanos y se extendieron pronto a diversas prácticas como la mendicidad y la moral. Al respecto, el concejo municipal de Bucaramanga, en acta fechada el 6 de abril de 1913, se refiere a la aglomeración de pordioseros en las vías públicas, zaguanes, mercados y otros lugares, como “repugnante” y acordaba: “!Prohibir el ejercicio de la mendicidad!”. (Rueda, N. & Alvarez, J., 2001, p. 85-86)  Seguramente, como sucede en otras ciudades de Colombia, estas disposiciones no tenían un interés, exclusivamente, higienista, originándose desde los sectores más pudientes donde se asociaba “al pobre y al mendigo con lo bajo, apestoso, (y) peligroso” (Londoño, 2008: 39) La mendicidad constituía, así, un problema de ordenamiento urbano y no sólo un problema social. De tal manera, al menos, lo entiende el Consejo de Bucaramanga y en correspondencia, explica su decisión de prohibir el ejercicio de la mendicidad por dificultar el libre tránsito en la ciudad de las personas e infectar el suelo y aíre contribuyendo “a propagar muchas enfermedades”. (Londoño, 2008)
Sugiere lo anterior que, a pesar de la difusión en Colombia de la teoría microbiana de Luis Pasteur, persiste aún  la teoría Miasmática en el discurso de algunos higienistas colombianos y su intento por explicar el origen de ciertas epidemias como el resultado de las nocivas influencias que el medio no higienizado e indomesticado ejerce sobre los procesos fisiológicos; se pensaba según esto que: “las enfermedades agudas, febriles, purulentas y contagiosas, eran producidas por los miasmas, partículas pútridas que surgían de la tierra en descomposición y provocaban la corrupción del aire, envenenándolo. Esta misteriosa materia insalubre se pegaba luego de persona a persona, o del animal a los seres humanos, por el aliento o por el contacto físico y, de las personas se adhería a las cosas y viceversa, tal como se pega a ellas el perfume (según decía Ambrosio Paré)” (Quevedo, 2004: 87)
Regulaciones similares se extendieron sobre algunos de los usos públicos del agua y en ciudades, como Medellín y Bucaramanga, las agudas desaparecerían con el tiempo, y con esto actividades como las de aguadores y lavanderas, y costumbres como tomar baños en ríos y quebradas, esta última, prohibida en Medellín con miras a velar por la salubridad, higiene y “moralidad pública” (Londoño, 2008: 26)
Las aguadas se convierten así en escenarios donde el control social y, su contraparte, los conflictos entre las clases  se manifestaba en forma poco sutil; eso por lo menos afirman Néstor Rueda y Jaime Alvares (2001):
“Aquellos eran sitios de concentración de aguadores y lavanderas con las consabidas preocupaciones morales. Las autoridades velaban celosamente por las buenas costumbres con la presencia de un uniformado que hacía respetar los turnos en las tomas de agua y mantenían a raya la separación entre gañanes y las lavadoras, sin embargo, un pequeño mundo de chismes  y consejas  se desarrollaba allí; se conocían los secretos de las familias y se entretejía esa red sutil de chismografía pueblerina” (Rueda & Alvarez; 2001: 50)

Las disposiciones de saneamiento se complementarían en este caso con las posibilidades que ofrecen la presencia cada vez más extendida del acueducto y alcantarillado, y convertirían el aseo personal en una práctica exclusiva del espacio doméstico y privado. Esto último, contrario a lo que sucede durante los siglos anteriores, donde la actitud frente a algunos de estos residuos era más pública y menos intima.  (Londoño, 2008)

Como resultado, el paisaje urbano se modificó radicalmente y la vida de sus habitantes. Se trata, sin embargo, de algo más que una simple transformación física y ocasiona cambios en la forma de pensar la ciudad y las relaciones entre sus habitantes y, sin lugar a dudas, conforma un proceso de destrucción de la ciudad vieja y la construcción de una nueva.




BIBLIOGRAFÍA

BLANCO, Oscar. (S.F.) De la ciudad letrada a la ciudad del miedo: temores urbanos en Colombia (Siglos XIX y XX) Ponencia presentada en el  XII SIMPOSIO DE LA AIFP
LEÓN, Libardo (1984) “Bucaramanga en vísperas de 2 siglos”. Bogotá, Colombia: Ed. Contraloría general de la República  
LONDOÑO, Alicia (2008) “El cuerpo limpio: higiene corporal en Medellín, 1880-1950”. Medellín, Colombia: Ed Universidad de Antioquia
MORENO, Tany (2008) “Historia de la salud publica en Bucaramanga 1920 - 1973”. Tesis de grado obtenido, no publicada. Bucaramanga, Santander. Universidad Industrial de Santander
QUEVEDO V., Emilio (2004) "Cuando la higiene se volvió pública". En: Revista de la Facultad de Medicina-Universidad Nacional de Colombia, 52(1), Enero-Marzo: 83-90.
RUEDA, Néstor y ÁLVAREZ, Jaime. (2001): “Historia Urbana de Bucaramanga 1900 – 1930”. Bucaramanga, Santander: SIC editorial
SPINEL, Juan Francisco (2009) “El centro de Bucaramanga, aproximación interdisciplinaria para la renovación urbana”. Informe final de pasantía para grado obtenido, no publicada. Bucaramanga, Santander. Universidad Industrial de Santander
SILVA, Armando (2006). Imaginarios Urbanos. Bogotá: Arango Editores
SÜSKIND, Patrick (1985). El Perfume: Historia de un Asesino. México: Editorial Planeta.



[1] Simón Harker: Páginas de la historia Santandereana. Citado por Libardo León Guarín En el libro “Bucaramanga en Vísperas de 2 siglos” Pág. 81)
[2] García, José Joaquín (Arturo). Las crónicas de Bucaramanga. Citado por Juan Francisco Espinel Luna en el informe “El centro de Bucaramanga”
[3] Se lamenta el diario Vanguardia Liberal en Agosto de 1940. Citado por Tany Moreno en la tesis de grado “Historia de la Salud Pública en Bucaramanga”.