miércoles, 15 de enero de 2014

El agua y el olor en Bucaramanga del siglo XVIII y XIX

El agua y el olor comparten una naturaleza fluida y, a causa de esto, se vuelven sustancias especiales para el simbolismo, a veces purificadoras y otras “contaminantes” o “peligrosas”. El agua es, incluso, tan particular que puede manifestar en los cuerpos sólidos su acción destructiva, no solo por disolver diversos compuestos, sólidos o líquidos, además debido a que penetra en todo lugar con facilidad no comparable a otras sustancias; para lograr esto lo único que requiere es tiempo. Las características del agua y del olor parecen, también, poner a ambas sustancias en permanente conflicto con las condiciones de un mundo urbano Moderno, formulado a partir de principios como el orden, estabilidad, orden y segregación; un mundo donde cada elemento tiene un lugar y este sirve como fundamento en la asignación de identidades sociales. Así lo muestran las primeras líneas del libro “El perfume”:
"En la época que nos ocupa reinaba en las ciudades un hedor apenas concebible para el hombre moderno. Las calles apestaban a estiércol, los patios interiores apestaban a orina, los huecos de las  escaleras apestaban a madera podrida y excrementos de rata; las cocinas, a col podrida y grasa de carnero;  los aposentos sin ventilación apestaban a polvo enmohecido; los dormitorios, a sábanas grasientas, a  edredones húmedos y al penetrante olor dulzón de los orinales. Las chimeneas apestaban a azufre; las  curtidurías, a lejías cáusticas; los mataderos, a sangre coagulada. Hombres y mujeres apestaban a sudor y  a ropa sucia; en sus bocas apestaban los dientes infectados, los alientos olían a cebolla y los cuerpos,  cuando ya no eran jóvenes, a queso rancio, a leche agria y a tumores malignos. Apestaban los ríos,  apestaban las plazas, apestaban las iglesias y el hedor se respiraba por igual bajo los puentes y en los  palacios. El campesino apestaba como el clérigo; el oficial de artesano, como la esposa del maestro;  apestaba la nobleza entera y, sí, incluso el rey apestaba como un animal carnicero y la reina como una cabra vieja, tanto en verano como en invierno, porque en el siglo XVIII aún no se había atajado la actividad corrosiva de las bacterias y por consiguiente no había ninguna acción humana, ni creadora ni destructora, ninguna manifestación de la vida incipiente o en decadencia que no fuera acompañada de algún hedor.“ (Süskind, 1985)

Son diversos aspectos los que convierten al agua  y el olor en marcas territoriales importantes para comprender la cartografía social de algunas ciudades latinoamericanas y su espacialidad. Respecto al olor sugiero consultar la obra de Armando Silva (2006). Respecto al agua es suficiente con recordar como sus fuentes y alrededores fueron escenario propicio para establecer valoraciones sociales que recrean, en cierta medida, la realidad social vivida en las ciudades del siglo XVIII y XIX.
La ciudad de Bucaramanga en los  siglos XVIII y XIX es ejemplo de esta participación de las principales fuentes de agua y sus alrededores como referente cartográfico de interés.
Las ciudades latinoamericanas enfrentaron a principios del siglo XX un proceso de expansión territorial sin precedentes, y dicho crecimiento acarreó delicados desafíos, destacan los problemas relacionados con el acceso a fuentes potables de agua y la falta de infraestructuras higiénico-sanitarias en muchas ciudades colombianas.
La pobreza hídrica de la meseta en el caso de Bucaramanga, sentida ya desde las fundaciones, hizo que durante los siglos XVIII y XIX, se buscaran las fuentes principales de abastecimiento en los desfiladeros de la llanura, en corrientes provenientes de las filtraciones de la meseta de Bucaramanga. Cuatro sitios se hicieron famosos y aparecen registrados en las crónicas: las chorreras de Don Juan, Los Aposentos, Los Escalones y Las Piñitas. Todo ellos, según afirma el historiador Libardo Leon: “escenarios sociológicamente importantes por las comunicaciones que se establecían entre aguadores y lavanderas sobre los sucesos de la vida diaria, propia y de sus patrones; centros en los cuales se dirimían conflictos personales con golpes, muchas veces hasta el punto de tener que disponerse la presencia permanente de un policía, encargado también de hacer cumplir el orden para tomar el agua”.  (León, 1984: 121 – 122)
Por motivos similares, muchos de estos lugares mantuvieron durante largo tiempo importancia y se convirtieron en puntos de confluencia social o escenarios de sociabilidad durante el proceso de conformación en otras ciudades de Colombia, un ejemplo es el caso el “Chorro  de Quevedo” en el antiguo territorio de la Candelaria (Bogotá).  Conjuntamente, en el caso de Bucaramanga quebradas como La Picha, Chapinero, Dos aguas, Las Navas, Argelia, Nariño, Cuyamita, Seca, Joya, Rosita, La Filadelfia, El Loro, Guacamaya y La Iglesia comparten la misma importancia y fueron convirtiéndose en “hitos identificatorios” a partir de los cuales se configura y nombra, posteriormente, los barrios de la ciudad, y no simples fuentes de agua para uso doméstico e industrial. (Rueda N. y Alvares J., 2001).
Bucaramanga, con todo, fue favorecida con la presencia de lugares en los alrededores desde donde se provee agua a la ciudad y una menor concentración de la población urbana; la canalización posterior de algunas de estas fuentes, de manera que sus aguas sirvieron (por lo menos, en parte) para sanear y asear las calles de los desechos de las actividades humanas y la creciente población, representa un aspecto a favor en la calidad de vida de sus habitantes. Simón Harker (1993) comenta, por ejemplo, para 1874 el uso que tienen estas fuentes de agua y su importancia para el aseo de una ciudad, por la abundancia de arroyuelos que: “después y desviados su curso en ciertas esquinas, habían de prestar parte de sus aguas para el aseo de la cárcel (construida desde 1790) y la carnicería y para el servicio del Hospital”; sin embargo se trata, según el mismo autor, de “arrolluelos no siempre límpidos” (Sic).[1] Conforma estas circunstancias una ventaja para la ciudad. Producto, por lo general, de obras emprendidas por particulares que como Salvador Benités y Antonio Navas (en 1790) que inician la construcción de dos fuentes de agua que bajarían por la calle real (actual 36) y de la iglesia (calle 37) y que, más tarde, se convirtieron en caños que se mantiene hasta 1886; año en que son suprimidas y trasladadas a las calles 34 y 35 respectivamente, con el propósito de acondicionar las otras calles para el tránsito de carruajes (según se afirma en el libro Crónicas de Bucaramanga).[2]
Con todo, esto no evita a la ciudad muchos de los problemas sanitarios que, posteriormente, se agudizarían con el crecimiento sustancial de su población y el correspondiente aumento de los desperdicios generados por diversas actividades. En 1940 ante la falta de alcantarillado y organización en el servicio de aseo, la proliferación de verdaderas “nubes de moscas” y de un ambiente adecuado para que pulularan mosquitos y zancudos despierta la atención de la prensa local, caracterizando esto como un claro peligro para la salud de los bumangueses de entonces.[3]
Así las cosas, se volvieron comunes las actividades orientadas a “disciplinar” la población  y los residuos que esta produce, secreciones y olores, también motivo de preocupación para los higienistas colombianos.

Con el tiempo, los progresos en el aseo y la higiene corporal se ocuparían de “domesticar” los olores y, como resultado, se popularizarían los olores sutiles y delicados: el simbólico “olor a limpio” (Londoño, 2008)
Las políticas urbanas y disposiciones de los higienistas, entre 1910 – 1940,  suponen al igual un respuesta a estos problemas y un intento por "civilizar" a la población. Como en el caso anterior, su preocupación por el ornato urbano no se limitaba únicamente a la transformación material de los espacios urbanos y se extendieron pronto a diversas prácticas como la mendicidad y la moral. Al respecto, el concejo municipal de Bucaramanga, en acta fechada el 6 de abril de 1913, se refiere a la aglomeración de pordioseros en las vías públicas, zaguanes, mercados y otros lugares, como “repugnante” y acordaba: “!Prohibir el ejercicio de la mendicidad!”. (Rueda, N. & Alvarez, J., 2001, p. 85-86)  Seguramente, como sucede en otras ciudades de Colombia, estas disposiciones no tenían un interés, exclusivamente, higienista, originándose desde los sectores más pudientes donde se asociaba “al pobre y al mendigo con lo bajo, apestoso, (y) peligroso” (Londoño, 2008: 39) La mendicidad constituía, así, un problema de ordenamiento urbano y no sólo un problema social. De tal manera, al menos, lo entiende el Consejo de Bucaramanga y en correspondencia, explica su decisión de prohibir el ejercicio de la mendicidad por dificultar el libre tránsito en la ciudad de las personas e infectar el suelo y aíre contribuyendo “a propagar muchas enfermedades”. (Londoño, 2008)
Sugiere lo anterior que, a pesar de la difusión en Colombia de la teoría microbiana de Luis Pasteur, persiste aún  la teoría Miasmática en el discurso de algunos higienistas colombianos y su intento por explicar el origen de ciertas epidemias como el resultado de las nocivas influencias que el medio no higienizado e indomesticado ejerce sobre los procesos fisiológicos; se pensaba según esto que: “las enfermedades agudas, febriles, purulentas y contagiosas, eran producidas por los miasmas, partículas pútridas que surgían de la tierra en descomposición y provocaban la corrupción del aire, envenenándolo. Esta misteriosa materia insalubre se pegaba luego de persona a persona, o del animal a los seres humanos, por el aliento o por el contacto físico y, de las personas se adhería a las cosas y viceversa, tal como se pega a ellas el perfume (según decía Ambrosio Paré)” (Quevedo, 2004: 87)
Regulaciones similares se extendieron sobre algunos de los usos públicos del agua y en ciudades, como Medellín y Bucaramanga, las agudas desaparecerían con el tiempo, y con esto actividades como las de aguadores y lavanderas, y costumbres como tomar baños en ríos y quebradas, esta última, prohibida en Medellín con miras a velar por la salubridad, higiene y “moralidad pública” (Londoño, 2008: 26)
Las aguadas se convierten así en escenarios donde el control social y, su contraparte, los conflictos entre las clases  se manifestaba en forma poco sutil; eso por lo menos afirman Néstor Rueda y Jaime Alvares (2001):
“Aquellos eran sitios de concentración de aguadores y lavanderas con las consabidas preocupaciones morales. Las autoridades velaban celosamente por las buenas costumbres con la presencia de un uniformado que hacía respetar los turnos en las tomas de agua y mantenían a raya la separación entre gañanes y las lavadoras, sin embargo, un pequeño mundo de chismes  y consejas  se desarrollaba allí; se conocían los secretos de las familias y se entretejía esa red sutil de chismografía pueblerina” (Rueda & Alvarez; 2001: 50)

Las disposiciones de saneamiento se complementarían en este caso con las posibilidades que ofrecen la presencia cada vez más extendida del acueducto y alcantarillado, y convertirían el aseo personal en una práctica exclusiva del espacio doméstico y privado. Esto último, contrario a lo que sucede durante los siglos anteriores, donde la actitud frente a algunos de estos residuos era más pública y menos intima.  (Londoño, 2008)

Como resultado, el paisaje urbano se modificó radicalmente y la vida de sus habitantes. Se trata, sin embargo, de algo más que una simple transformación física y ocasiona cambios en la forma de pensar la ciudad y las relaciones entre sus habitantes y, sin lugar a dudas, conforma un proceso de destrucción de la ciudad vieja y la construcción de una nueva.




BIBLIOGRAFÍA

BLANCO, Oscar. (S.F.) De la ciudad letrada a la ciudad del miedo: temores urbanos en Colombia (Siglos XIX y XX) Ponencia presentada en el  XII SIMPOSIO DE LA AIFP
LEÓN, Libardo (1984) “Bucaramanga en vísperas de 2 siglos”. Bogotá, Colombia: Ed. Contraloría general de la República  
LONDOÑO, Alicia (2008) “El cuerpo limpio: higiene corporal en Medellín, 1880-1950”. Medellín, Colombia: Ed Universidad de Antioquia
MORENO, Tany (2008) “Historia de la salud publica en Bucaramanga 1920 - 1973”. Tesis de grado obtenido, no publicada. Bucaramanga, Santander. Universidad Industrial de Santander
QUEVEDO V., Emilio (2004) "Cuando la higiene se volvió pública". En: Revista de la Facultad de Medicina-Universidad Nacional de Colombia, 52(1), Enero-Marzo: 83-90.
RUEDA, Néstor y ÁLVAREZ, Jaime. (2001): “Historia Urbana de Bucaramanga 1900 – 1930”. Bucaramanga, Santander: SIC editorial
SPINEL, Juan Francisco (2009) “El centro de Bucaramanga, aproximación interdisciplinaria para la renovación urbana”. Informe final de pasantía para grado obtenido, no publicada. Bucaramanga, Santander. Universidad Industrial de Santander
SILVA, Armando (2006). Imaginarios Urbanos. Bogotá: Arango Editores
SÜSKIND, Patrick (1985). El Perfume: Historia de un Asesino. México: Editorial Planeta.



[1] Simón Harker: Páginas de la historia Santandereana. Citado por Libardo León Guarín En el libro “Bucaramanga en Vísperas de 2 siglos” Pág. 81)
[2] García, José Joaquín (Arturo). Las crónicas de Bucaramanga. Citado por Juan Francisco Espinel Luna en el informe “El centro de Bucaramanga”
[3] Se lamenta el diario Vanguardia Liberal en Agosto de 1940. Citado por Tany Moreno en la tesis de grado “Historia de la Salud Pública en Bucaramanga”.

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