Colombianos,
entre la imagen y la identidad.
Es difícil hablar de la
identidad en tiempos como los nuestro. Por un lado, como ocurre con gran parte
de los conceptos disciplinares de las ciencias sociales, sus significados
originales se desdibujan al punto de hacer muy difícil establecer a que se
refieren (esto, al menos, una vez superan las fronteras académicas). Por otro,
acontecimientos acelerados durante los últimos años, como la globalización y
las migraciones, evidencian la imposibilidad de continuar definiendo nuestra
idea esencialista de la identidad. Según Alejandro Grimson (2001), vivimos un
proceso en el cual la metáfora insular que da sustento a conceptos como el de
identidad, nación y cultura carecen de los referentes que antiguamente
delimitaban sus fronteras en marcos del espacio (o una geografía) y temporales
(referido a una historia en común).
El caso de los colombianos
es en esto bastante particular. Conformamos un país consiente y hasta cierto
punto, resultado de su diversidad. A tal punto que esta diversidad se reconoce
en casi todos los ámbitos: étnico, geográficos, políticos, gastronómicos, etc. Por
lo demás, esta diversidad no sólo no amenaza la identidad sino que en ocasiones
refuerza nuestro sentido de orgullo nacional. Fuera de esto, existe un uso más
cotidiano de la identidad y es aquel donde ésta se convierte en sustento o
criterio para juzgar nuestro sentido de pertenecía, actitud que se trasluce en
todos los contextos en los cuales se desenvuelve el ser humano y su identidad
colectiva: nacional, religiosa, empresarial, etc.
Por supuesto, esta
asociación entre identidad y sentido de pertenecía es bastante cuestionable (al
menos como se le interpreta hoy) y peligrosa, por causa de su carácter
reactivo. Ocasionando que nuestro orgullo nacional se exprese con más fuerza en
la adversidad. Resultado de esto somos, en palabras de Omar Rincón, uno de los
países que más se preocupa por su imagen (Rincón, 2001:21). Saltamos a menudo y
sin sobresalta del patriotismo al nacionalismo extremo; en esto somos un claro
ejemplo de las conductas que dieron origen a los grandes conflictos
nacionalistas de los siglos pasados, debido a los usos inadecuados de conceptos
de las ciencias sociales, como cultura e identidad. Así las cosas al parecer, nosotros
también: Cuando oímos hablar de nuestra cultura/identidad nos apresuramos a
desenfundar la pistola, según decía sarcásticamente Hermann Goering.
Esto explica la reacción
mediática que recibieron en el pasado próximo frases como las pronunciadas por el
cantante argentino Charly García en 2005[1] y la reciente decisión de
la corte internacional de la Haya en 2012 sobre el litigio territorial entre
Colombia y Nicaragua. Con todo, este nacionalismo no sólo es cuestionable por
los motivos mencionados. Posiblemente, más preocupante es el hecho de que no se
manifiesta en aspectos positivos, convirtiendo sus contenidos en simplemente
retóricos, componente peligroso de los fundamentalismo y chovinismo. Vemos así,
múltiples líneas que retratan una nación que se percibe desde fuera, en las
breves apariciones mediáticas y triunfos internacionales, en nuestro rechazo a
los resultados en el futbol, la política, los reinados de belleza y polémicas decisiones
frente a la sobreararía territorial de la nación; pero que aún se desconoce
desde adentro.
En resumen, carecemos de un
nacionalismo sano que se manifiesta en el respeto por lo público, en la
convivencia ciudadana y en la construcción de nuestra identidad más allá de la
simple retórica. Por lo cual, es poco sorprendente nuestra preocupación por la
identidad y sentido de pertenencia se caractericen por tener una expresión
irreflexiva, fútil y furtiva o incluso, violenta. Carente de referentes que nos
permitan construir a partir de ésta una nación o cualquier otra agrupación para
la convivencia democrática. Por lo cual no es extraño que nuestro sentido de lo
cívico y en general, nuestra disposición para la convivencia democrática, se
manifiesten de forma bastante inmadura; por contraste, a nuestra exacerbada
disposición para reaccionar ante
cualquier situación, comportamiento o
frase que consideramos amenaza de manera real o imaginaria nuestra identidad o
imagen personal, institucional o nacional.
Somos pura imagen (según la
fórmula de Omar Rincón)... Fundamento a partir del cual, se entiende como
sentido de pertenencia una defensa acrítica de lo nuestro y cualquier disenso
es una traición. Esta cultura de la imagen se extiende además, por los más diversos
contextos, desde las culturas corporativas que intentan silenciar cualquier
comentario mediático que afecta su imagen a las culturas populares que rezan
“la ropita sucia se lava en casa”.
Bibliografía:
Grimson, Alejandro (2001).
Los límites de la cultura. Buenos aires; Argentina: Ed.
Siglo XXI editores.
Rincón, Omar. (2001)
“Colombia Marca no registrada”. En: Relatos y memorias leves de nación. Ministerio de Cultura Nacional. Bogotá,
Colombia. Pp. 11- 39
[1] Charly
García declaró en Bogotá que no quiso ofender a Colombia al calificarla como
"Cocalombia", en alusión a la producción de cocaína de esta nación
sudamericana, y que solo se trató de un "juego de palabras".
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