martes, 29 de noviembre de 2016

Antropología y deporte: Reflexiones en torno a la ciudad, la actividad deportiva y la recuperación del espacio público[1]

Oscar Eduardo Rueda Pimiento. Antropólogo y Docente asociado en la Universidad Pontificia Bolivariana- Sede Bucaramanga


Introducción


Este escrito ofrece una aproximación al deporte como actividad en el marco de la cual los espacios privados de la ciudad se vierten en los espacios propiamente públicos, lo cual sugiere grandes posibilidades de su empleo para la educación cívica y formación de la cultura urbana. Aproximación que lejos de caracterizarse por su novedad, recuerda la identificación que desde varios autores y tradiciones disciplinares de la Antropología cultural se ofrece de esta actividad humana como rito de pasaje, su asociación con la idea de lo sagrado y el tiempo para celebrar los acontecimientos importantes de la vida.

La producción académica asociada a temas desde aproximaciones como el arte, el estudio de la vida doméstica, el juego, ocio y deporte, se ha multiplicado en fechas recientes, circunstancia que no resulta sorprendente debido a la enorme cantidad de tiempo y recursos que desde sus orígenes ha dedicado nuestra especie a estas actividades. Ciertamente, este aumento del interés no siempre se acompaña por una mejor comprensión del tema; una situación que se explica en parte como resultado las herencias disciplinares que el presente hereda del pasado y que, para el caso específico del al Antropología cultural, se reducen a tres circunstancias: 


  1. Con la industrialización las diferencias entre ocio y trabajo se habían acentuado en las sociedades de las que provienen los fundadores de nuestra disciplina (Arboleda, 1992 -93), ocasionando con ello que el ocio y el tiempo libre quedarán fuera del interés utilitarista que desde sus inicios ya caracteriza a la Antropología cultural. 
  2. Está el hecho de que el interés teórico y político que orientaba las primeras etnografías se acompañaba a menudo por la caracterización de las formas de vida de los pueblos estudiados como primitivas o atrasadas en relación a los avances científicos del momento, es decir, en permanente lucha por la supervivencia y como consecuencia privadas de privilegios como el tiempo libre. 
  3. El juego suele ser asociado a la vida infantil, y los primeros etnógrafos y antropólogos compartieron esta idea. 


Concretamente (para la antropóloga Noelia Enriz, 2011) los abordajes de las actividades lúdicas y deportivas desde la Antropología cultural se pueden reunir en tres grandes ejes: 1. los abordajes que se orientan a mostrar sus aportes a la formación en valores de interés para el orden social y adiestramiento de la personalidad, 2. las propuestas que estudian sus contenidos simbólicos, y 3. aquellas cuyo objetivo está más ligado a establecer taxonomías y posible clasificaciones. 
De estos abordajes se han hereda la producción teórica específica sobre el tema. Al igual, algunos de los principales retos hoy como la necesidad de precisar conceptualmente las diferencias entre actividades, a menudo, relacionadas en más de un sentido (como deporte, juego y ritual).
Johan Huizinga en el libro “Homo ludens: el juego y la cultura”,  describe el juego (del latin ludens o juego reglado) como una actividad humana con las siguientes características:

•          Es una actividad libre 
•          Es una actividad al margen de la vida cotidiana
•          En cuanto al tiempo es limitado y cerrado
•          Tiene reglas
•          Incluye azar y tensión.  (Miller, 2011)

Esto, establecería una diferencia circunstancial entre el juego (ludens) y el deporte, siendo el deporte una actividad que exige una seriedad superior y comúnmente marcada por el declive en la espontaneidad debido a la formalización de reglas.
A favor, de esta definición está el conceptualizar el juego como algo más que una extravagancia o una condición que se abandona junto a la vida infantil (dándole importancia social por el hecho de ser actividad que socializa). En contra, está el hecho de que se le caracteriza como el libre ejercicio de la voluntad de los participantes, sin una utilidad u objetivo inmediatos. Aspecto difícil de justificar. Al respecto, existe hoy suficiente evidencia para demostrar que esta polaridad entre la flexibilidad y rigidez, seriedad y espontaneidad, se encuentra presente en ambas actividades y no es del todo distintiva. Así las cosas, comparto con Javier Escalera (2003) la convicción en cuanto a que considerar como “deporte” exclusivamente a las prácticas deportivas de carácter sistemático, “serías” y orientadas a la actividad competitiva, resulta en extremo reduccionista.
Por lo demás, encuentro más adecuada la segunda tesis Joan Huizinga (1943). Esta tesis relaciona la diferencia entre juego y deporte con el debilitamiento del contenido lúdico en el segundo. Respecto a las objeciones que pudieran existir presento mis argumentos: 


  1. El debilitamiento del contenido lúdico resulta evidente en el proceso de transición de algunos juegos que con el tiempo cambian su condición a deportes. 
  2. La diferencia entre estas dos actividades sólo fue importante en fechas recientes, gracias a la aparición de la infancia tal y como la conocemos hoy y desde el siglo XVI y XVII, esto es, procede de restringir la práctica del juego a un determinado grupo etario (la infancia). Así las cosas, desde ese momento la edad definirá la conveniencia o no de ciertos juegos (Herrera, 2014).
Algo similar sucede con el ritual. Sobre el tema, el estudio comparado del deporte y ritual evidencia que comparten ciertas características:

1.         Disponen de una ritualidad pautada y de periodicidad. 
2.         tiene sentido para un cierto número de personas
3.         acostumbran a presentarse de manera dramática
4.         producen unanimidad de sentimiento, a menudo con el recurso de la emocionalidad (Duch, 2002: 192)

De hecho, esto explica la participación frecuente de los deportes tribales y contemporaneas como ritos de intensificación (Chapple) y ritos de paso o de iniciación (Van Gennep) (ambos autores citados por Rodríguez, 2009). Los primeros, orientados propiciar escenarios de reencuentro social y afianzamiento de las señas de identidad. Los segundos, con el propósito de despedir la infancia e integrar a los jóvenes a las responsabilidades y status propios de la vida adulta. Ejemplo de esto es el futbol americano, consideradopor diverso autores como “ritual” profano en reconocimiento a la manera como éste deporte simbolizaría ciertos rasgos de la cultura americana, en particular, su cultura corporativa, valores y rasgos característicos (según W. Arens y autores como Susan Montaggue y Robert Morais, citados por Kottak (1994)). Resumiendo:

-              El futbol y la cultura corporativa americana se organizan estableciendo una jerarquía clara entre los miembros de un mismo equipo, manifestación de esto son el atuendo o número distintivo que distinguen a los capitanes de los equipos y grupos corporativos)
-           El objetivo en el juego es la expansión territorio del equipo por el campo y mediante la ocupación de nuevos territorios, esto se asemeja a algunas políticas corporativas americanas.
-           En el fútbol y en la cultura corporativa americana, se produce una adhesión tribal gracias experiencias claramente simbólicas, uso de uniformes, banderas, cánticos, ritmos, danzas e himnos.

Por tanto, una manera alternativa de entender las diferencias entre juego y deporte, se relación con el grado de formalización que requieren ambas prácticas frente a aspectos como establecimiento o no de reglas y procedimientos fijos, mecanismo que pretenden limitar la improvisación a corto plazo y regularizar sus escenificaciones, y no en aspectos como la ausencia o no de objetivo o el grupo etario al cual se asigna. Siendo el juego el que soporta una grado mayor de flexibilidad e improvisación, y el deporte el que menos. Circunstancia que permite asignar a ambas actividades funciones muy similares en cuanto a su condición como dispositivos culturales, es decir, juego y deporte sirven por igual para trasmitir e incentivar en las nuevas generaciones diversos aspectos que se pretende “consagrar” en el marco de una cultura particular. Lo cual indica que ambas eactividades conforman escenarios donde se materializa una comunión de voluntades bajo el principio  de la diversión. Aspecto sobre el cual la evidencia etnográfica resulta bastante contundente.
En el siguiente escrito se pretende evidenciar las alternativas que el deporte y el juego suponen para los recientes intentos por intervenir en el espacio público de la ciudad. Esto último, considerando que el retorno del deporte a los espacios públicos es un aspecto que encierra gran importancia para la democratización del mismo y de la ciudad. Aspectos favorables por motivar a cambios en la formas de pensar nuestras ciudades. Algunos de los cuales merecen ser considerados como antesala para la emergencia de una ciudad verdaderamente educadora:

“La ciudad –decía ya Plutarco– es el mejor instructor’. Y, en efecto, la ciudad, sobre todo cuando sabe mantenerse a escala humana, contiene, con sus centros de producción, sus estructuras sociales y administrativas y sus redes culturales, un inmenso potencial educativo, no sólo por la intensidad de los intercambios de conocimientos que allí se realizan, sino por la escuela de civismo y de solidaridad que ella constituye” (Faure, Herrera, Kaddoura, Lopes, Petrovski, Rahnema et al., 1973, Citados por Susana Molina en: La ciudad como agente educador: condiciones para su desarrollo. En: Fabio Velásquez Carrillo. Comp. Estudios sobre Educación, 2007, N° 13, Pp. 39-56: 42)

Palabras que no hacen más que reconocer la importancia que tiene lo público para producir ciudad, generar integración social y construir el respeto al otro (Carrión, 2004).
Retoma para esto, los recientes coqueteos de la antropología con el turismo y el posicionamiento del turismo como práctica en el tiempo libre (Lagunas, 2006) y una aproximación histórica al tema.



Ciudad colombiana, ciudad y deporte

Dentro de nuestras múltiples deudas con nuestro pasado el uso del tiempo libre entre los pueblos indígenas de la Colombia prehispánica es uno de los desconocimientos más acentuado, la escasa información con la cual se cuenta se deriva principalmente de las crónicas tempranas de la Conquista, y se trata en su mayoría de una información de carácter fragmentario y veracidad  cuestionable (herederos menosprecio medieval por las actividades y gran parte de los  aspectos relacionados con la vida cotidiana de los pueblos). Otra fuente importante es la etno-arqueología y la etnografía, a partir de las cuales podemos conocer un poco más de estos grupos humanos por la interpretación de las evidencia que se conservan en los museos y en las formas de vida de los grupos humanos que aún hoy conservan en sus tradiciones vestigios de ese pasado.  La complementariedad entre estas tres fuentes sugiere una idea más clara de lo que representaban el juego y las actividades de tiempo libre para estos pueblos.
La música, la alfarería, la orfebrería, la danza y la talla en piedra de piedra no eran únicamente actividades recreativas, forman parte de los elementos distintivos de cada grupo; haciendo posible imaginar que sirvieran como elemento cohesionador entre sus miembros, reafirmando lazos políticos y religiosos de las comunidades. Éste es un aspecto del carácter pedagogía del juego que me interesa destacar.
La actividad deportiva se encuentra presente en muchas culturas de la Colombia prehispánica como un aspecto importante de la vida social, a tal punto que en torno a estas actividades se reunía toda la comunidad y se formaban destrezas físicas que constituyen el ideal de cada cultura. El arte precolombino, joyería, orfebrería, cerámica y relatos de cronistas, es suficiente evidencia. El tejo, versión moderna del turmequé de los Muiscas, era practicado ya hace más de quinientos años en el altiplano cundiboyacense por habitantes de los departamentos de Cundinamarca y Boyacá. Las carreras de competencias fueron otro de los deportes favoritos del pueblo Muisca. Éstos se trenzaban en carreras de largo aliento, corriendo hacia los cerros o por los llanos de la altiplanicie (Jaramillo, 1991). Servían estos deportes como entrenamiento en habilidades y destrezas importantes para estas culturas: lucha, tiro, natación y carreras pedestres, canotaje, caza, danza, acrobacias (Ocampo, 1983).
El periodo conocido como La Colonia da inicio a la presencia de nuevos actores en el territorio. En las recientemente fundadas ciudades, los europeos refuerzas sus destrezas militares con actividades deportivas como las carreras a caballo y cacerías, celebradas muchas veces durante festividades religiosas o civiles, por placer y entretenimiento, no exclusivamente por necesidad (Rueda, 2012). Costumbre que después heredarían la sociedad republicana sin otros cambios que la mayor diversificación de las actividades deportivas; las más comunes fueron las corridas de toros, encierros y cabalgatas. En estás tomaba parte toda la población como espectador o competidor. Y cuando, con la independencia, el espacio público se convirtió en el escenario privilegiado para el ejercicio de la ciudadanía, la plaza principal se convierte en el escenario de paseos familiares, fiestas religiosas, desfiles militares, juegos de cuadrillas, presentaciones de compañías dramáticas, bandas de músicos y otros espectáculos. La plaza principal o cualquiera otro espacio abierto en ciudades o pueblos era el escenario de estas actividades (Jaramillo, 1989). Bogotá de 1849 sirve como ejemplo:
“Entre las diversiones populares figuraban en primera línea las fiestas que anualmente se celebraban en todos los pueblos en recuerdo del Santo Patron.[…] Empezaban por vísperas de fuegos artificiales, y después de la ceremonia o procesión religiosa, seguían animados encierros, preliminares de corridas de toros en la plaza pública, en los que tomaba parte toda la población. Para el efecto se levantaba cerca de palos alrededor de la plaza […]. Mesas de juego de lotería, cachimora, primera, veintiuna, etc. Juegos de bolo y turmequé se establecían en las afueras de las poblaciones […] Bosques se levantaban en las esquinas de la plaza, en algunas de las cuales se exhibían animales salvajes, plantas raras flores no cultivadas en las montañas vecinas; y en otras, mesas de títeres, con representación de las costumbres y a veces con una crítica de los caracteres raros del pueblo” Pp. 136 -137 (Salvador Camacho Roldan “Bogotá en 1849”
Las costumbres descritas en el texto cambiarías con el tiempo. Para 1897 la situación sería diferente “ante el predominio de ideas menos democráticas” (Rodríguez, 1995), ideas que afectarían los escenarios asignados para las actividades deportivas y su importancia como eventos urbanos en torno a los cuales: “se mezclaban y confundían, aunque fuese por pocas horas, todos los niveles sociales” P137.
Norber Elias y Eric Dunning caracterizan lo que sucederá después como el inicio de un “proceso de deportización” de nuestra sociedad, con cambios importantes en la naturaleza de los escenarios destinados para estas actividades. Por ejemplo, las actividades deportivas  fueron desplazadas de los espacios públicos a otros construidos específicamente para este fin: estadios, canchas, áreas deportivas, etc. En otras palabras, con la época moderna aparecen en las principales ciudades Colombianas escenarios exclusivamente destinados a las actividades deportivas y dotados de una arquitectura adecuada para este fin (Jaramillo, 1989). Y como consecuencia de esta reclusión en escenarios “cerraros” en todo sentido y su institucionalización gracias a la aparición de clubes y asociaciones deportivas, el deporte se aísla de la vida social de la ciudad, debilitándose su importancia como espectáculo para la convocatoria al espacio público. Es más (para algunos autores), la escolarización de los deportes y su integración al curriculum escolar con asignaturas como educación física, sugiere un intento por someter los pasatiempos y actividades deportivas tradicionales a regulación.
Lo anterior mencionado, estaría acompañado por la aparición del espacio público moderno, el cual según explica el experto en ciudad y urbanismo Jordi Borja Sebastià: "proviene de la separación formal entre la propiedad privada urbana y la propiedad pública que normalmente supone reservar este suelo libre de construcciones y cuyo destino son usos sociales característicos de la vida urbana, tales como: El esparcimiento, actos colectivos, movilidad, actividades culturales, referentes simbólicos monumentales, entre otros." (Borja, 1998). Con lo cual se descalificó varios de los usos tradicionales del espacio público al asignarle usos específicos. 
Favorablemente, esto parece cambiar y la recreación, el deporte y la educación física durante la segunda mitad del siglo XX se constituirán en actividades sociales erigiéndose en derechos del ciudadano y en servicios sociales desde la legislación colombiana (Serrano Sánchez (1992), citado por Claudia Ximena Herrera, 2014). Así las cosas, recreación, deporte y educación física recuperan su condición como instancia educadora el contexto actual. Al respecto, es importante recordar los motivos por los cuales el filósofo Ortega y Gasset (1946) considera que el origen del Estado está el deporte. Es decir, el lugar privilegiado de estas actividades entre los rituales exaltadores de las fuerzas cohesionadoras de la vida colectiva y como mecanismo para atenuar los conflictos originados por las desigualdades estructurales (aspecto sobre el cual ofrece evidencia el corto recorrido que la Antropología ha realizado en torno este tema) y condición que justifica la asociación recurrente de estos temas y la ciudadanía en los planes de gobierno de la actualidad.
Años más tarde, la ciudad sigue cambiando. La llegada de los Centros Comerciales e imposición del conjunto residencial como modelo principal de urbanización, son ejemplo de esto. Sin embargo, las formas de sociabilidad no condicionada entre géneros continúan siendo bastante limitadas por la escasez de escenarios de encuentro y democratización del espacio urbano. El plano urbano se “desdibuja” (Monge, 2007) y la ciudad se fragmenta cada vez más, acentuando las condiciones de desigualdad presentes. De manera que, no todo resulta igualmente positivo. La recreación sigue recluida al espacio privado, si bien se vive de forma colectiva, de manera masiva e impulsada desde los medios de comunicación, la publicidad y desde instituciones y políticas multinacionales (Herrera, 2014), haciendo escasas las iniciativas que aprovechen sus potenciales para el fomento de valores sociales. Por lo demás, parece que sobre el deporte aún persisten las ideas que desde las políticas higienistas de principios del siglo XX le redujeron a la condición de ser sólo hábito de vida saludable y desconocieron su condición como “espectáculo” integrador de  colectivos sociales diversificados.
Recientemente, el deporte parece ser una alternativa ante la disminución de estos escenarios públicos integradores y protectores pero también abiertos a todos, de la ciudad abierta, de mezclas y contactos. Para recordar la importancia de esto resulta oportuna la siguiente afirmación  del sociólogo y geógrafo urbanista español Jordi Borja (1998):

“Una ciudad que funciona exclusivamente con el automóvil privado y con centralidades especializadas y cerradas (centros administrativos, shopping centers jerarquizados socialmente, etc.) no facilita el progreso de la ciudadanía, tiende a la segmentación, al individualismo y a la exclusión.”.

De hecho, la frase “Dime como te diviertes y te diré quién eres" (formulada por Ortega y Gasset en Meditaciones del Quijote) resulta en estos momentos de interés para los urbanistas y la planificación urbana. 


Antropología del deporte

La antropología en sus inicios encontró en el deporte un claro ejemplo de la manera como la cultura moldea permanentemente la naturaleza humana. Esto es, su interés se centraba en las relaciones entre la cultura y el individuo y particularmente, por establecer la manera como las actividades deportivas moldean a éste y aportan a incorporar los valores consagrados en los diferentes contextos culturales. El deporte formaría así parte del conjunto de instancias de socialización con componentes educativos y adiestradores que prepara a jóvenes y niños para la vida adulta (Enriz, 2011). Sobre el tema, Beatriz Vélez (1992-93) afirma que en el deporte, el cuerpo se vuelve instrumento para acceder a otros fines: resistencia, fuerza, salud, belleza, reconocimiento social. Esta así, estrechamente asociado a los ideales de estética corporal y valores establecidos por cada cultura. Al igual que con un conjunto acciones y actitudes orientadas a moldear nuestro cuerpo y ajustarle normas culturales de bienestar y atractivo físico: La fórmula correcta pero puede funcionar en más de una dirección.
La afirmación de Johan Huizinga (1943) para el cual el juego (y posiblemente toda actividad lúdica) es considerado como una necesidad humana, resulta más prometedora. De ésta fórmula se vale el antropólogo como Ricardo Sánchez (2003) para recordar que se trata de un instrumento cultural capaz de configurar identidades y de la exaltación del espíritu de sociedad. En esto consiste su real importancia. Las actividades deportivas y recreativas se encuentran estrechamente vinculadas a la conformación de valores y prácticas necesarias para la sociabilidad; es gracias a la participación en actividades deportivas y recreativas que las culturas reafirman valores, símbolos clave y visiones del mundo. Son, como resultado, verdaderos modelos de una cultura en donde se representan valores e ideales que se consideran propios de cada equipo y de la cultura, nación, región o ciudad (Miller, 2011: 426). 
Es posible así pensar que el retorno cada vez más evidente de la actividad deportiva a los espacios abiertos de la ciudad (parques, calles etc.) y el interés por promover el uso del espacio público urbano para actividades culturales, sea un ingrediente importante en la posibilidad de conseguir cambios para las situaciones descritas en el apartado anterior, particularmente, en problemáticas asociadas como género, ciudad y desigualdad.Cada vez se ven más personas caminando y trotando o practicando ciclismo por las carreteras de salida de la ciudad, las calles de los barrios se convierten improvisados escenarios de competencias deportivas, en las grandes ciudades de Colombia (Vélez, 1992 -1993). Las personas reconfiguran las ciudades como escenario de ocio y esparcimiento a través de las actividad deportiva.Gracias a esto, el deporte evidencia su importancia como dispositivo de control de la población mediante estrategias diversas (Herrera, 2013) y como escenario privilegiado para “recuperar” la presencia en la ciudad de grupos históricamente segregados del espacio público; esto es, su condición como escenario donde se mezclan y confunden, aunque sea por pocas horas, todos los niveles sociales. 
Para su análisis y, en particular, el de las circunstancias que justifican estas interpretaciones la Antropología cultural ofrece diferentes elementos, algunos puntualizados en este trabajo.


BLIBLIOGRAFÍA

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[1] El artículo comparte algunas de las reflexiones presentadas en 2013 por el docente durante la primera sesión de la Catedra Low Maus en la  Universidad Industrial de Santander – UIS, dedicada al tema del deporte y la Antropología bajo el título ¿Nuevos paradigmas de las ciencias aplicadas al deporte, la actividad física y la recreación?




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